Edvard Munch, Pubertad, 1894, National Gallery, Oslo.

Edvard Munch, Pubertad, 1894, National Gallery, Oslo.

Soy historiadora del arte, y una de las aptitudes principales que debe tener un historiador del arte es su capacidad de oratoria, de ser capaz de transmitir de una manera eficaz al hablar en público. Porque de poco sirve atesorar conocimientos si no eres capaz de exponerlos correctamente, tanto por escrito como de manera oral.

¿Tienes pánico escénico? Para mí, es algo que me acompaña desde que tengo memoria.

De pequeña, me daba vergüenza ir a los cumpleaños de los compañeros del colegio porque iban niños que no conocía. Una vez, con casi cuatro años (ya veis que me viene de antiguo), al ver llegar tanto desconocido me escondí bajo la mesa, y después me daba tal vergüenza salir que tuvo que venir mi madre a sacarme. La sensación que sentí en ese mal trago es uno de mis recuerdos más lejanos.

El miedo no se fue con la adolescencia, es más, con dieciséis años, me dieron un premio de poesía delante de todos los cursos de secundaria, y cuando me vi frente al micrófono para decir unas palabras de agradecimiento, solté un “gracias” mientras corría al backstage.

Como podéis imaginar, cuando me dijeron que tenía que dar mi primera clase en la facultad, con tan sólo veintitrés años, en un aula con unos cien alumnos (muchos de ellos mayores que yo), de una materia que no era mi fuerte y para sustituir a uno de los profesores más admirados de la universidad, dejé de dormir. Para colmo, un grupo de amigos insistieron en ir y grabar (¡grabar!) esa primera clase.

Hice lo que pude, aunque no quedó demasiado bien. Y lo sé no sólo por la sensación de “tierra, trágame” que tuve durante toda la clase, sino porque tengo el dichoso vídeo para comprobarlo.

Tengo muchas situaciones más del estilo, pero creo que con estos ejemplos os hacéis a la idea. Por supuesto, éste es mi caso y puede que para ti el miedo se encuentre en otro lugar, como a que juzguen lo que escribes (o creas, si eres artista), que también es muy común; hay quienes tienen miedo a dar su opinión y dejarse al descubierto, otros a equivocarse, a no estar siempre a la altura de las expectativas (propias o externas), miedo a destacar o a no hacerlo, a lo desconocido o al estancamiento. Cada uno teme lo que teme, forma parte de nosotros mismos y tenemos que convivir con ello. O puede que seas un afortunado que no ha sentido nunca nada del estilo.

¿Y por qué os cuento esto?

Porque está bien conocer las limitaciones de cada uno, aceptarnos tal cual somos, incluso con esos defectos que nos fastidian y con nuestros propios miedos irracionales, intentar mejorar y aprender a vivir con ello. No tenemos que ser buenos en todo lo que nos propongamos, porque a veces no es posible (por ejemplo, jamás será gimnasta profesional, me empeñe o no).

No todos valemos para todo, tenemos aptitudes distintas que nos ayudan a orientarnos a un tipo de trabajo diferente. Pero a veces, nuestras preferencias laborales y nuestras limitaciones no se adecuan, y hay que trabajar un poco más para alcanzar un equilibrio. La cuestión es avanzar, comprendernos, aceptarnos y buscarnos un hueco laboral en el que no nos sintamos demasiado incómodos.

Eso sí, creo que de vez en cuando cierta sensación de incomodidad es necesaria para evitar anclarnos y estar en constante superación, pasito a pasito o saltando de vez en cuando al abismo para forzarnos y probarnos a nosotros mismos. Pero si por mucho esfuerzo que hagamos, no llegamos a encontrar ese punto de equilibrio, puede que nos hayamos equivocado en la elección. Yo sí lo he encontrado y me siento orgullosa de ello, sé las situaciones en las que me siento muy cómoda hablando a un grupo y lo disfruto enormemente, y aunque hay otras que siguen siendo un suplicio, ya están lejos de esa primera clase.

He aquí el mensaje: nos podemos superar y lograr cosas que jamás creíamos que podíamos llegar a hacer. Está bien tener miedo y limitaciones, porque si ya fuéramos perfectos en todo, ¿cómo íbamos a mejorar? Os lo dice alguien que gran parte de su trabajo consiste en hablar en público, cuando tiene pánico escénico.

¿Quieres conocer cuáles son las aptitudes más necesarias para un historiador del arte? Estamos preparando un libro donde tratamos este tipo de cuestiones, si quieres que te avisemos cuando esté disponible suscríbete a la newsletter.