Para comprender el sentido de la obra de Odilon Redon es preciso hacer, en primer lugar, una mención al concepto de simbolismo. Tal y como nos relata Edward Lucie-Smith en su libro El arte simbolista, el símbolo es el recurso utilizado por los pintores que se adscriben a esta tendencia para encarnar formalmente una idea subyacente. Por tanto, el símbolo, como recurso pictórico, se convierte en una transformación de la idea en arte plástico.

El uso de símbolos en las artes plásticas ha sido constante a lo largo de la historia: lo encontramos en la pintura medieval, en la renacentista, barroca, etc. El propio Manifiesto Simbolista, publicado en el periódico Le Figaro el 18 de septiembre de 1886 por el poeta Jean Moréas nos da las claves sobre las intenciones de esta pintura:

La pintura como idea

El primer concepto que introduce es el de que la pintura debe de ser ideativa, en el sentido de que su único propósito es la de la expresión de una idea. Si somos conscientes de esta afirmación, veremos cómo ésta se encuentra en estrecha relación con los pensamientos de Schopenhauer, que a su vez están fuertemente influidos por las ideas de Platón. Schopenhauer considera que el mundo es representación (en clara alusión a Kant), pero que bajo las apariencias se encuentra la voluntad, que no es otra cosa que la voluntad de desear, que, por otro lado, es la causa de la infelicidad.

La pintura como símbolo

Todo esto viene a decir que la esencia del mundo es la voluntad, en el sentido platónico de Idea, y las formas son sólo la representación que nos hacemos de la realidad. La pintura simbolista procede según estos principios, es decir, expresa las ideas en formas, pero en forma de símbolos que es preciso descifrar y, tal y como decía Schopenhauer, la comunicación de esa Idea es la verdadera base de la contemplación estética, porque al superar nuestra individualidad nos sumergirnos en la Idea como sujetos puros de la contemplación.

La pintura sintética, subjetiva y decorativa

Ya hemos hablado de dos de los conceptos fundamentales del movimiento simbolista, el ideativo y el simbolista, faltan por referenciar los tres últimos, que son las nociones de sintético, subjetivo y decorativo. El primero hace alusión a la necesidad de expresar la Idea con signos, de una manera que resulten comprensivos para la mayoría, pero, además, esto debe entenderse desde la perspectiva del artista, es decir, es él quien encarna la Idea en formas. Sin embargo, al pasar por el filtro del artista no se renuncia al esteticismo de las formas y colores para expresar esa Idea, ya que hablamos de un medio plástico de expresión.

Odilon Redon y las misteriosas miradas

Odilon Redon, ilustrador de célebres poetas y encuadrado pedagógicamente en esta corriente simbolista sigue, como es natural, el ideario de su época, cuyo traductor en palabras es Schopenhauer y Redon en imágenes. Es más, podríamos considerar a este pintor como una especie de ilustrador de las ideas de Schopenhauer.

Así, Odilon Redon apuesta por la representación del misterio, de la ambigüedad, de un orden de realidades distinto a las tangibles… y de ahí deriva la problemática de la visión (con sus misteriosos ojos) y del cuerpo (con sus característicos seres híbridos). La visión haría alusión al concepto de representación y el cuerpo tendría relación con la identidad del sujeto.

Visión

Odilon Redon, Vision, 1879.

Odilon Redon, Vision, 1879.

Si analizamos con detenimiento algunas de las litografías realizadas por este pintor, apreciaremos con mejor claridad esta cuestión. Un ejemplo sobre esto es Visión. La visión es una forma de convertir en tema de representación «la mirada», pero, a la vez, la visión no en el sentido óptico, sino en el sentido de la aparición, de revelación de una idea, de la Idea de la esencia del mundo.

Es una analogía que además se vuelve, desde el punto de vista compositivo, más complejo aún. Dos personajes están frente a un gran ojo que es la visión, pero…

¿Quién tiene la visión, ellos o el espectador?

Además, uno de los personajes nos mira a nosotros, introduciéndonos de esa manera en la imagen, complicándolo todo aún más.

Cabe deducir de todo esto que Odilon hace aquí una serie de asociaciones para comunicar varios conceptos que intentaré resumir con brevedad. El principal objeto representado es un gran ojo que se encuentra en el centro de la composición y de manera desproporcionada con respecto a los personajes que lo contemplan. El ojo como objeto descontextualizado mira hacia el ángulo superior derecho de la imagen, es decir, hacia arriba, no nos mira a nosotros como sujetos contempladores, mira hacia el “más allá”, hacia lo que parece estar fuera de la representación pictórica.

Por otra parte, un personaje nos da la espalda, luego tenemos que suponer que él ve ese gran ojo, pero la mujer que nos mira nos introduce y nos hace partícipes de la situación, con lo que abre la posibilidad de que contemplemos la escena. Hay una idea y esa idea es la visión, esa visión es la representación que nos hacemos del mundo, pero la idea nos la ha comunicado Redon a través de su filtro personal mediante esta pintura, el ojo mira hacia el “infinito” porque esa idea es una verdad eterna que nos ha comunicado de manera simbólica y sintética.

El ojo de la adormidera o el día

Odilon Redon, El día, 1891.

Odilon Redon, El día, 1891.

Para seguir con este discurso, comentaremos a continuación otra obra del genial artista Odilon Redon, que lleva por título El ojo de la adormidera o El día. Esta obra litográfica, que renuncia al color y utiliza los no colores como vehículos de expresión, contribuye a crear ese halo misterioso que envuelve a la pintura simbolista. La imagen nos muestra una escena interior de un lugar oscuro (negro), que tiene una apertura hacia el exterior (blanco) a través de una ventana con barrotes, tras los cuales se encuentra la adormidera. En el interior encontramos pequeños ojos diseminados en la oscuridad que, una vez más, vienen a tematizar la mirada como objeto de representación.

Además, por si fuera poco, la mirada está fragmentada, la imagen no nos proporciona una visión unitaria del espacio, sino que la ventana con sus barrotes no nos deja contemplar la adormidera. Este problema de la fragmentación lo encontramos muy bien explicado en el libro Ver y no ver del historiador del arte Víctor Stoichita, en él encontramos un relato brillante sobre la cuestión de la obstaculización de la mirada.

El ferrocarril de Manet como ejemplo

Manet, El ferrocarril, National Gallery of Art, Washington, 1873.

Manet, El ferrocarril, National Gallery of Art, Washington, 1873.

El mundo clásico de la unidad y la claridad ya no puede existir a finales del XIX, porque el mundo ya no está ordenado por un dios supremo. Al eliminar a Dios del sistema, todo se desmorona y ya no existe una única causa que ordena el mundo. Ese es el problema de la imagen de Redon, así como de Manet, Caillebotte y otros autores de la época. Un ejemplo es El ferrocarril, donde no se muestra un ferrocarril y encontramos una barandilla justo delante de nuestros ojos. La imagen no se nos muestra clara ante nuestros ojos. En El ojo de la adormidera ocurre algo parecido, los ojos no son capaces de ver con claridad, de hecho están en la oscuridad (en la zona oscura) mientras que lo que se encuentra tras la ventana (la claridad) se nos muestra fragmentado.

Los seres híbridos

Odilon Redon, Animales del fondo del mar, c. 1916, New Orleans Museum of Art.

Odilon Redon, Animales del fondo del mar, c. 1916, New Orleans Museum of Art.

Ya hemos visto cómo la mirada se convierte en objeto de representación en esta época, pero queda, sin embargo, el asunto del cuerpo. El cuerpo encuentra dificultades de representación debido, entre otras cosas, a la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies. Este científico plantea que el ser humano ha evolucionado desde el animal hasta el hombre, desde el mono a lo que es hoy. Esta afirmación es tan trascendente que acaba con la concepción cristiana del mundo porque Dios ya no es necesario (Nietzsche diría más tarde: «Dios ha muerto»).

Desde ese momento, el ser humano ya no es un ser fijo, establecido, sino que es un ser que evoluciona, que deviene, que es puro presente. Las consecuencias de estas ideas se manifiestan inmediatamente en la plástica, como en el caso de Redon, que empieza a pintar seres híbridos: centauros, cíclopes, sirenas… Crea todo un mundo de animales antropomorfizados siguiendo esta idea sugerida por su amigo el biólogo Clavaud, un científico interesado en la biología marina y los pólipos en los que la vida vegetal y animal se unen.

¿Qué sentido tienen estos animales en Redon?

Los animales híbridos son la representación del problema del ser como algo dinámico, como algo cambiante, y ese es otro de los grandes logros de la pintura del fascinante artista Odilon Redon: representar un ser que siempre fue cambiante pero que hasta entonces se había considerado como una entidad fija.

Artículos relacionados

Odilon Redon visita la Fundación Mapfre

(*) Imágenes: Wikiart.org y Wikimedia Commons. Creative Commons License y Public Domain.