John Everett Millais Ophelia

Reinterpretación de la obra Ophelia de John Everett Millais por parte de Bruce Sterling. Fuente: blog.wired.com/sterling.

Antes de que se me juzgue por el título, diré que soy la primera que necesita el dinero, no voy a contar con frivolidad cómo rechacé un trabajo. En casa somos dos historiadores del arte y un bebé en camino, así que podéis imaginar nuestra economía de subsistencia. Aun así, he rechazado un contrato de guía a jornada completa, en el que me aseguraban que tras el primer contrato de seis meses me harían fija. Sí, parece ser que siguen existiendo los contratos fijos, y he dicho que no.

Pero es que el sinsentido al que ha llegado el mundo laboral prácticamente nos obliga a creer que debemos aceptar lo primero que se nos cruce en el camino (lo primero, que puede tardar años en aparecer), a postrarnos por un sueldo que no nos permite vivir de él y que nos hace renunciar a nuestro tiempo, nuestra energía, nuestra ilusión y hasta nuestros principios.

Esta vez he dicho que no, y necesitaba contarlo. A lo mejor alguien que me lea se siente identificado, o ayudo a alguien que esté en un dilema parecido, lo mismo y recibo empatía por mi decisión. O algún empresario me lee y decide que no le intereso para trabajar con ellos, quién sabe. Yo, por el momento, me voy a desahogar. Aviso, es largo y detallado, y absolutamente real en cada palabra.

Cómo empezó todo

Hace unos días me llamó una mujer que trabajaba para una empresa intermediaria. Habían visto que soy guía oficial de francés y parece ser que tenían un cliente que era lo que andaba buscando. Sería un contrato de seis meses a jornada completa, tras el cual me harían fija, y que el salario iba a ser aproximadamente 700 euros al mes de sueldo base, más extras (¿propinas?). Tampoco me dijeron mucho más sobre el puesto o la empresa interesada, “el cliente”, sólo que les mandara mi curriculum y un video en el que me presentara en francés, y de camino en italiano, ya que también es un idioma que manejo. Para que el cliente verificara mis conocimientos lingüísticos, y supongo también para que me viera, porque al fin y al cabo como guía tendría que trabajar de cara al público.

No estoy nada acostumbrada a recibir este tipo de llamadas, por supuesto. Entre sorprendida e ilusionada (salvo por el salario, claro), hice lo que me pidieron. Volvieron a llamarme, en esta ocasión un hombre, de nuevo de la empresa intermediaria. Al cliente le había gustado mi video, pero para continuar con el proceso de selección, tenía que mandarles otro video en inglés.

No podía ser todo tan fácil

Aquí comenzó el sinsentido de todo esto. Como pone en mi curriculum, mis conocimientos en inglés son básicos, para un apuro, pero no puedo trabajar en inglés, y así se lo dije. Además, me habían contactado ellos, habían visto qué idiomas hablo antes de llamarme, ¿a qué venía todo esto? Me dijo que no iba a trabajar en inglés, sólo en español y francés, pero que aun así les tenía que mandar el video. Insistí en que carecía de sentido.

Para mí, es como si me pidieran que les mandara un video haciendo el pino porque lo aprendimos en clase de educación física en el colegio, aunque llevase veinte años sin haber vuelto a intentarlo. El hombre de la empresa intermediaria me preguntó si pensaba mejorar mi inglés a corto plazo, le contesté que esperaba poder tener la oportunidad de hacerlo a corto-medio plazo y dijo que muy bien, porque el video lo necesitaba para el día siguiente. El concepto de corto plazo llevado al extremo, ¿cómo pretendía que aprendiese un idioma en un día?

De camino, se tomó la licencia de decirme que no me puedo dedicar al turismo sin hablar inglés. Lo mismo se le pasó por alto los 212 millones de personas que hablan francés como lengua materna, los 63 millones de italiano y por supuesto los 472 millones de español, el segundo idioma tras el mandarín (datos de Wikipedia). Tengo 747 millones de personas como público potencial, escasamente valorados por este hombre que me decía que sin inglés no puedo dedicarme al turismo. Pero cedí, porque necesito el trabajo. Hice el video a desgana y con ayuda para la gramática y la pronunciación, y se nota perfectamente en mis ojos que estoy leyendo.

En la misma conversación telefónica hubo otro punto extraño. Me preguntó si sabía cuáles serían mis funciones, y le contesté que suponía que guía de francés, como me había dicho su compañera. Me dijo que ésa era una de ellas, la principal, pero que no iba a estar cuarenta horas a la semana hablando en la calle, que no había tanta capacidad turística para ello. Así que además tenía que ser administrativa, trabajando en la oficina del cliente, por lo que tenía que tener conocimientos en el uso del ordenador (sin más especificación) y también sería comercial, y tendría que vender el producto que ofrece el cliente a hoteles y otras empresas. A mí eso me sonaba a “chica para todo”, salvo que esta chica para todo tiene un doctorado, publicaciones científicas, participaciones en congresos y es guía oficial.

El sueldo, 12.000 euros brutos al año más comisiones, una ridiculez. Pero como hay tan poco trabajo en el sector y necesito el dinero, decidí continuar con el proceso, quién sabe, lo mismo y tras esos primeros seis meses las condiciones podían mejorar.

Por fin me llamó el cliente, un hombre que dijo que le habían gustado mis videos y estaba maravillado con mi curriculum, que estaba muy sobrecualificada para el puesto (por una vez, sin que sonara mal), y que me quería entrevistar junto al dueño de la empresa. Por fin supe quiénes eran los que estaban detrás, “el cliente”, y se trataba de un free tour. Mi opinión sobre este tipo de empresas es bastante negativa, así que no es que saltara de emoción cuando me lo dijo, pero era trabajo. Quedamos para la entrevista.

Un «problema» añadido

A todo esto, estoy visiblemente embarazada, y por supuesto, no lo había avisado. Si me fueran a contratar, no podría acabar los seis meses del tirón, sino que en medio estaría el permiso de maternidad. Mis expectativas de que me dieran el trabajo eran más que limitadas, pero había que intentarlo.

Llegó el día, y me presenté en la oficina. Me abrió el mismo señor que me había llamado, y resultó ser tan simpático y cercano como me había parecido por el teléfono. Camiseta y vaqueros, todo muy informal, y me sentí cómoda enseguida. Me dijo que el dueño no había llegado aún, pero que habláramos mientras sobre mí y mi curriculum, que seguía impresionándole, lo tenía sobre la mesa y lo hojeaba para preguntar, las siete páginas. Una parte de la conversación fue con un compañero suyo italiano para probar mis conocimientos en el idioma, parece que no había nadie en la oficina que hablara francés. Me dijo que si seguíamos conversando en inglés, y le contesté que se lo podía ahorrar, que es una lengua que no manejo. Llegó el dueño, con un aspecto que contrastaba con el del resto del personal, parecía recién bajado de un velero. Dijo que llegaba tarde porque acababa de volver de la playa, y me hizo gracia que hubiese coincidido con mis pensamientos. Pasamos los tres a su despacho.

La informalidad se perdió un poco, pero tampoco se puede decir que fuera una entrevista seria. Hojeó mi curriculum y me hizo algunas preguntas sobre los dos enfoques que he dado a mi vida profesional: la académica y la turística. Si me contrataran, debería dejar de lado la académica, porque ellos me requerían a jornada completa. También me preguntó por mi fecha de parto para calcular cuándo acabaría, según la ley, el tiempo del permiso de maternidad, porque me contratarían pasados esos cuatro meses, y quiso saber cómo pensaba organizarme con un trabajo y un bebé. Tengo entendido que este tipo de preguntas no se pueden hacer, a ningún padre se las hacen, pero contesté a todo sin resistirme y con una sonrisa.

Las verdaderas condiciones laborales

En esta conversación me contaron, por fin, las verdaderas condiciones del puesto, que me resultaron alarmantes. Querían que fuera guía, cuarenta horas semanales pero sin horario fijo, ya que hay rutas desde por la mañana temprano hasta de madrugada, trabajando todos los fines de semana y festivos, al aire libre, lloviese o hiciera más de cuarenta grados, y todos los días del año, Navidad incluida. Por supuesto, tendría los descansos que se estipulan, pero si surgiera un grupo para esos días no podía rechazarlo, ninguno de sus guías lo hacía nunca (salvo que tuviera una boda o estuviera fuera de la ciudad, me pusieron como ejemplo). Es decir, que si quería trabajar con ellos debía olvidarme de cuestiones tan básicas como la conciliación familiar.

Me dijo que tenía un gran curriculum, pero que no terminaba de convencerle porque no buscaba una docente, sino alguien que supiera comunicar adaptándose al grupo y con dotes para la psicología. Está claro que no tiene ni idea de lo que es dar clase si cree que un profesor no necesita esas habilidades. Mi experiencia como investigadora y como profesora universitaria, más que algo positivo, lo consideraba un obstáculo, porque no buscaban un guía muy académico, los datos y conocimientos no eran tan importantes como ser ameno, contar leyendas y cosas curiosas (contrastadas o no), transmitir ese supuesto carácter andaluz a los turistas. Cuando el fondo no importa en algo tan fundamental como en una explicación (que es lo que hace un guía, explicar), algo importante falla, pero me callé y seguí escuchando. Y eso de la gracia andaluza… estoy más que harta de que se potencie ese estereotipo.

Tampoco le gustó mucho que nunca hubiera tenido un trabajo diferente, como cajera en una tienda o camarera, porque (ojo al dato) lo principal para él no eran los conocimientos que yo tuviera (¿un doctorado? un recién graduado le valía igual), sino que supiera vender sus productos. Es decir, que durante la visita fuera recomendando otras rutas suyas, bares, hoteles o tiendas con las que tienen convenios, sin que el cliente llegara a darse cuenta de que no lo hacía porque de verdad me parecieran los mejores lugares, sino para que mi empresa cobrara una comisión.

Nunca he mentido a alguien a quien haya guiado, ni recomendado ningún sitio que no me pareciese que era lo mejor para él. Se contabilizaba la cantidad de veces que las personas de mi grupo acudieran a estos lugares y, llegado a un número, podría cobrar un extra. También si recomendaban a la empresa en las típicas webs y me mencionaban (TripAdvisor y otras) y si me daban propina, que no me quedó muy claro si era para mí o había que entregarla. Además, no trabajaría todo el tiempo en mi ciudad, sino que a veces me mandarían a otras partes de Andalucía, y puede que fuera de ella, por supuesto sin cambios en el sueldo.

El salario eran 13.000 euros brutos al año, que según él se quedaba en unos 12.000 netos, aunque no estoy segura ni me he parado a calcularlo. Sí he hecho un cálculo, ¿sabéis cuánto ganaría a la hora? 6.25 euros brutos, que en netos no sé cómo se quedarían, y trabajando en un idioma diferente al mío, con lo que eso agota mentalmente.

Está claro que a estas alturas el trabajo que me estaban ofreciendo me horrorizaba: no se valoraban mis años de estudio y aprendizaje, tendría que trabajar en condiciones atmosféricas desfavorables, me tenía que despedir de coincidir con mi marido (que descansa los fines de semana) y de las fiestas, ¡Nochebuena, Navidad y el día de los Reyes Magos incluidos!, no podía planificar nada ni para mis días de descanso porque podían cambiármelos horas antes sin posibilidad de negarme, tenía que vender cosas sin contar de verdad con las necesidades del cliente, y venderme a mí misma para que me dieran buenas puntuaciones en las webs de viajes, no podía conciliar mi vida laboral con la familiar, con esos horarios arbitrarios no podría ni dar el pecho a mi bebé. Tampoco podría participar en congresos y cursos, y no creo que me quedara mucho tiempo para seguir escribiendo artículos para revistas científicas ni posts para Croma.

Todo por un salario básico, que paga las facturas pero poco más. No da para ahorrar prácticamente nada, por muy “hormiguitas” que seamos en casa. No da para que mi marido pudiera quedarse en casa con el niño, por ejemplo, así que habría que sumar el gasto de la guardería o implicar a una tercera persona para que lo cuidara. Tendría que renunciar a muchas cosas de mi vida a las que no quiero renunciar, para mejorar un poco nuestra economía. Quizás, no lo sé, si me hubieran ofrecido las mismas condiciones con un salario más decente, me habría planteado sacrificar tantas cosas durante un tiempo: al menos, nos habría dejado un colchón de seguridad. Aunque repito que no lo sé, porque la renuncia es enorme, y no sólo para mí.

Ya tenía claro que iba a rechazar lo que me ofrecían, no valía la pena. Pero ahí no quedó todo, sino que empezó a empeorar. Significativamente. Volvió a salir el tema del inglés. El dueño de la empresa me dijo que todos sus guías hablaban español e inglés, y que era un requisito indispensable. Aunque la idea era que yo trabajara sobre todo en francés, no tenían tanto volumen de trabajo para ese idioma, así que para completar mis horas tendría que hacer visitas en inglés. Repetí que no lo hablaba, y me dijeron que en el video lo pronunciaba bien, aunque se notaba que estaba leyendo, así que si ponía de mi parte podía aprovechar para aprender bien el idioma de aquí a que hubieran pasado los cuatro meses después del parto (no lo voy a llamar permiso de maternidad porque en ese tiempo no cobraría nada, sería una parada más). Obligatoriamente, transcurrido ese tiempo tenía que ser capaz de trabajar en inglés. En ese tiempo mío y de mi hijo, yo tenía que estudiar inglés de forma intensiva para que ellos me contrataran, o al menos se lo plantearan. Tenía que poner de mi parte.

Y hubo más. Me preguntaron por el carnet de conducir, porque no aparecía en mi curriculum. Le dije que no lo tenía y emitieron sonidos de exasperación, ¿cómo que no conduzco? Eso no es admisible, tengo que conducir. Resulta que hay pequeños grupos a los que tengo que recoger en coche y llevarlos a conocer algún pueblo de la zona. Aunque condujera, eso me supondría una gran responsabilidad, aunque por supuesto no modificaría mi sueldo. Así que durante estos meses antes de que me digan si me contratan o no, aparte de dominar el inglés, tengo que sacarme el carnet de conducir. Pero no sólo por este posible trabajo, sino que debería hacerlo también por mi marido, que seguro que le interesa que me lo saque, tuvo la osadía de decirme. No te lo saques por nosotros, sino por él. Tremendo, ¿verdad?

En conclusión

En resumidas cuentas, que para que esta empresa se plantee contratarme, en unas condiciones laborales nefastas, por un sueldo que roza lo ridículo, ocupando absolutamente todo mi tiempo (el libre incluido), sin importar el clima, sin tener en cuenta mi formación, teniendo que recomendar cosas que no conozco, olvidándome de mi familia (bebé incluido), de investigar y de escribir, renunciando a tantas cosas que considero importantes, no les valgo con lo que sé, sino que tengo que dedicar mucho tiempo y dinero a subsanar dos lagunas que consideran fundamentales: el inglés y el carnet de conducir. El resto de mi curriculum y mi experiencia no tiene interés.

Por si a alguien se le ha olvidado, fueron ellos los que contactaron conmigo, los que dijeron que yo les interesaba. Si desde el principio me faltaban las dos cosas principales para el puesto, ¿a qué viene todo lo demás?, ¿por qué esta pérdida de tiempo?, ¿de verdad consideran que me ofrecen algo lo suficientemente interesante como para hacer lo que me piden por la sola posibilidad del contrato?

Sí que he mentido en algo, y ahora es el momento de reconocerlo. No los rechacé. De hecho, todavía no les he contestado (imagino que si leen esto no hará falta que lo haga). Me pareció tan denigrante lo que querían que les diera, lo que me pedían que hiciera, lo que me ofrecían a cambio, que no les dije que no, ni que sí, no les dije nada, sonreí y se quedó en que ya hablaríamos más adelante. Tampoco había prisa, iban a esperar a que pasaran los meses que me quedan de embarazo y los cuatro de permiso maternal, el tiempo que me daban para corregir mis supuestos errores curriculares y convertirme en una candidata apta.

Después de esta experiencia estoy defraudada, incluso enfadada, y no con ellos en sí (que también), sino con el mundo laboral en el que estamos inmersos, donde a nadie se le cae la cara de vergüenza por plantearle algo así a nadie, al contrario, me lo pretendieron vender como una gran oportunidad, porque al menos tendría un sueldo. Es lo que hay, y apechugas y renuncias a todo (tiempo, principios, vida, familia) por un salario de subsistencia, o nada, sin otras opciones. Es venderte a precio de ganga, y dando las gracias que alguien se plantee siquiera comprarte.

Quisiera gritar que ya basta de faltarnos el respeto, de tener que resignarnos, ya basta de infravalorarnos, de lucrarse a nuestra costa. Que para que España viva del turismo necesita a personas como nosotros, que para que tenga una buena educación debe estimar a sus educadores, y así con cualquier profesión. Somos profesionales, no algo que se pueda pisar.

Si me llegan a llamar, les diré que no, aunque necesito el dinero. Pero no quiero mirarme en el espejo cada mañana y sentirme avergonzada por la sumisión que he aceptado, no quiero que otros vean crecer a mi hijo mientras yo trabajo por un sueldo que me menosprecia, no quiero arrepentirme de todo lo que me perdería cada día, no quiero trabajar sin un horario medianamente establecido que no me permita tener vida. Y no quiero que dentro de unos años, cuando este trabajo finalizara, al mirar atrás viera lo que he sacrificado a cambio de alguna leve mejora en la cuenta del banco. No me compensa.

La decisión es mía, pero también involucra a mi pareja, que por cierto trabaja de forma indefinida en el mismo sector pero con unas condiciones laborales respetuosas. De él no he recibido más que completo apoyo. Preferimos sacrificar otras cosas, algún pequeño viaje, ir al cine o al teatro, menos ropa nueva, alguna comida fuera que la sustituimos por otra en casa igualmente gratificante, porque en el fondo lo importante es la compañía. Lo que haga falta por no estar esclavizados y perdernos otras cosas que consideramos verdaderamente importantes.

Espero que haya muchas personas valientes y bien preparadas dispuestas a cambiar esta situación en las que otras personas, ávidas de dinero y sin miramientos, nos han sumergido aparentemente sin otra salida y sin derecho a quejarnos por ello, como el personal del Museo Guggenheim, de los que seguro que habéis leído últimamente. ¿Qué nos depara el futuro?

En gran parte depende de nosotros. No digo que rechacéis un trabajo mediocre si lo necesitáis, cada uno sabe mejor que nadie lo que le conviene. Sólo que los que sí se planten y digan no, que sepáis que no estáis solos. Y que ojalá fuéramos más, tantos que al final se tuvieran que modificar las condiciones para encontrar a gente que acepte los trabajos y nos ofrezcan cosas dignas.

Por cierto, muchas gracias por haber llegado leyendo hasta aquí, a pesar de la longitud, espero que como en la escena de Mejor… imposible, no haya sido «demasiada dosis de realidad para un viernes por la noche».