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Aunque a simple vista esta obra pueda parecer la representación de una escena cotidiana de hilatura, lo cierto es que en su interior esconde mucho más. Esta obra hermética y compleja (aspectos en los que no tiene nada que envidiar a Las meninas), que ha suscitado numerosas interpretaciones, guarda en su interior la representación de la Fábula de Aracne. Pero, aparate de esto, ¿esconde algo más esta obra velazqueña? Descubrámoslo.

La fábula de Aracne

La fábula trata de la joven lidia Aracne y de cómo, sabiéndose maestra en el arte de tejer, retó a la diosa Atenea en dicho arte. Ante la osadía de la mortal, que no solo la retó, sino que también se atrevió a representar en el tapiz que tejía las infidelidades de su padre Zeus (rapto de Europa), la diosa decidió castigarla convirtiéndola en araña y condenándola a tejer por toda la eternidad.

Las imágenes del cuadro

Las escenas del cuadro, que podrían representar un día cualquiera en la Fábrica de Tapices de Santa Isabel, quedan divididas en tres planos.

El primero de ellos nos muestra lo que podría ser el trabajo en la fábrica de tapices, con cinco mujeres entre ruecas, ovillos y vellones de lana. Esta escena nos muestra, en verdad, el desarrollo de la competición de la Fábula de Aracne: Atenea hila mientras Aracne devana una madeja.

En segundo plano aparecen Atenea (que lleva casco y armadura) y Aracne. Las acompañan tres mujeres que, aunque puedan parecer las clientas de la fábrica, representan las jóvenes lidias que hicieron de testigos de la competición entre la diosa y la mortal.

Al fondo, en último plano, el tapiz que representa el rapto de Europa. La representación de este episodio mítico está inspirada directamente en el cuadro de Tiziano, que en ese momento se guardaba en el Alcázar de Madrid como parte de las colecciones reales.

Las interpretaciones

Como hemos dicho, numerosas son las interpretaciones que han surgido de esta pintura y que quieren ver en ella un significado más profundo y mucho más críptico.

Una de ellas ve la pintura como una reivindicación del arte como una actividad noble, lo que encajaría dentro de los debates del momento sobre la nobleza o no de una actividad en gran parte manual y de las aspiraciones de Velázquez de convertirse en caballero. En este sentido, es necesario fijarse en las numerosas alusiones al arte, a su historia y a su creación que podemos encontrar en la pintura. Así, por ejemplo, la propia historia de Aracne nos cuenta una disputa entre un ser divino y una artista. Del mismo modo, podemos ver el cuadro dividido en dos partes, que se corresponderían con los procesos de creación artística: una parte manual (primer plano) y una intelectual (segundo plano).

Otra visión diferente entiende el cuadro como una reclamación de Velázquez de su puesto dentro de la historia del arte. Varios son los detalles que nos hablan en este sentido. En primer lugar, en la literatura artística se venía considerando (ya desde época clásica) que una de las mayores pruebas de habilidad en pintura era la captación del movimiento de un modo verídico. En esta obra, Velázquez hace alarde de su capacidad para captarlo en la rueca, cuya maestría es incuestionable. En segundo lugar, vemos una referencia a la Capilla Sixtina en la figura femenina de la derecha, inspirada claramente en las figuras que el gran maestro Miguel Ángel diseñó para la estancia vaticana. Por último, al inspirarse en una obra de Tiziano para representar el rapto de Europa, Velázquez pretende ponerse al mismo nivel que los grandes pintores de la historia. Y es que esa obra de Tiziano, que como se ha dicho estaba guardada en el Alcázar de Madrid, ya había sido copiada e interpretada con anterioridad por Rubens (que entre 1628-1629 estuvo en la corte madrileña). Pero Velázquez fue mucho más allá de hacer una mera copia o interpretación del mito y lo insertó dentro de una narrativa mucho más compleja, lo que demostraba su inteligencia y creatividad.

Sea como fuere, tenga el cuadro el significado que tenga, lo cierto es que no deja indiferente a nadie.

Historia del cuadro

El cuadro fue pintado para don Pedro de Arce, montero real de Felipe IV, y después pasó a manos del duque de Medinaceli. En 1711 pasó a estar en el Alcázar de Madrid, sobreviviendo al incendio que lo arrasó en 1734. Después estuvo en el Palacio del Buen Retiro y, a partir de 1772, en el Palacio Real. En 1819 pasó a formar parte del Museo del Prado, donde ha permanecido hasta la actualidad.

Aparte de sufrir unos cuantos traslados y cambios de propietario, esta pintura también ha sido alterada y en la actualidad no la vemos tal y como la concibió Velázquez. En algún momento el lienzo fue ampliado y le fueron añadidos 50 centímetros en la parte superior y 37 en los laterales, lo que inevitablemente modifica la composición original.

(*) Imágenes: Wikimedia Commons. Creative Commons License.