El 30 de agosto de 2014 ocurrió la manifestación de los vecinos del barrio de la Barceloneta, protestando por la situación creada a partir de lo que denominaron “turismo de borrachera”, el turismo de masas y el auge de los apartamentos de alquiler ilegal. A esta marcha de más de mil personas se sumaron residentes de otros barrios como el del Poble Sec, el Born, el Gòtic o el Eixample. Era la sexta de las manifestaciones convocadas con el objetivo de recuperar la identidad del barrio frente al alto número de turistas que acuden durante el año a la ciudad.

Vicky Cristina Barcelona

Lejos del mundanal ruido, ocurrió el rodaje de una película. Vicky Cristina Barcelona (2008), de Woody Allen, nos mostraba las experiencias y sensaciones de dos turistas que disfrutaron de su estancia en Barcelona. Estéticamente agradable, grandes interpretaciones, buena banda sonora, imagen muy cuidada, todo está pulido al detalle, recreando una burbuja donde ambas turistas se sienten seguras, al margen de sus debates existenciales personales, y disfrutando de los placeres que implica su estancia en una ciudad conocida entre otras cosas por su riqueza cultural y cosmopolita. Toda una estampa que se suma al tour fílmico que rodó el director en su paseo por Europa.

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Biutiful

Desde el otro lado, Alejandro González Iñárritu estaba rodando Biutiful (2010), que quiso salir del perímetro de seguridad turístico, y rodar en las entrañas de Barcelona una historia real sobre gente que habita durante todo el año en la ciudad, acentuando su condición marginal, poniendo en cuestión temas actuales como la inmigración, contando historias del día a día.

biutiful

Si en Biutiful no saliera una vista panorámica con la Torre Agbar de fondo, casi diríamos que ambas películas están rodadas en ciudades distintos, con personajes diferentes como Uxbal o Juan Antonio (ambos curiosamente interpretados por el mismo actor) que frecuentan círculos ajenos. Tal vez sea esa la doble visión a la que nos referimos en este artículo: la ciudad a los ojos del turista no es la misma que a los ojos del habitante.

¿Cómo estamos haciendo y vendiendo turismo?

En este artículo estamos poniendo en cuestión un hecho: la forma de hacer y vender turismo. En España, Barcelona o Madrid son los casos más conocidos respecto a afluencia masiva de turismo, siendo las consecuencias la creación y adaptación de espacios enfocados íntegramente al turista, y la posterior pérdida de identidad cultural de dichos espacios.

No deja de ser curioso este proceso de pérdida de identidad cultural, precisamente mediante el fomento de marcados valores culturales, en detrimento de otros, recreando a veces una atmósfera inventada basada en una interpretación errónea de la historia del lugar y de sus gentes.

El turismo trae consigo la inflación de los precios, tanto en bares y restaurantes como en la compra/venta y alquiler de pisos. Esto último ha provocado, junto con otros factores, el constante abandono del casco histórico por parte del habitante, el cual busca un precio más asequible, así como garajes o zonas parar aparcar, mejores accesos, o el no tener que acometer reformas.

Turistas en el Parc Güell de Barcelona

Turistas en el Parc Güell de Barcelona.

El resultado de todo esto son calles revestidas con decoración medieval-contemporánea, gente disfrazada y edificios vacíos, es decir, una imagen parecida a un parque de atracciones de temática histórica. Ciudades como Sevilla, Toledo o Córdoba ya están en el mismo proceso de pérdida de identidad, y de espacios que se van vaciando de personas que dan vida a la ciudad.

La palabra turismo proviene del Grand Tour, una ruta por Europa realizada en su mayoría por jóvenes de clase media y alta entre los siglos XVII y XIX, considerada como una etapa de aprendizaje y preparación para el paso a la edad adulta. En este sentido, hay que mirar al pasado desde el presente, y hacernos una pregunta: ¿qué tipo de turismo es el que queremos?

Francis Basset, Ier barón de Dunstanville, durante su Grand Tour, Pompeo Batoni, 1778. Museo del Prado

Francis Basset, Barón de Dunstanville, durante su Grand Tour, Pompeo Batoni, 1778. Museo del Prado.

Es cierto que no podemos comparar el nivel adquisitivo de aquellos burgueses y nobles que pasaban años recorriendo el mundo, y que nuestro tiempo de viajar se reduce a dos semanas de vacaciones, y alguna que otra escapada de fin de semana o puente. Pero hay un matiz que se nos escapa a la hora de viajar, y que podríamos empezar a fomentar. Hablo de elegir entre ser turista o ser habitante al menos por dos días.
Cuando viajo, teniendo en cuenta mis recursos y mis conocimientos del territorio en el que estoy, trato de vivir como vive una persona autóctona, comer en los lugares donde ella come, visitar aquellos sitios que para ella es importante, y por supuesto, cuidar el entorno urbano como si viviera allí durante todo el año. ¿Cómo hacemos esto?

Para ello, podemos preparar nuestra visita, buscar otras opciones, ir de la mano de personas que allí viven. Si no disponemos de tiempo para diseñar nuestra visita, no debemos agobiarnos. Respecto a la oferta de actividades turísticas, existe un turismo de calidad que te enseñará la ciudad, personas, empresas e instituciones capaces de ofrecerte una experiencia que merezca la pena, solo hay que saber distinguir el tipo de servicio y persona que contratas y te atiende. Y si aun así no quieres concertar nada, no te preocupes. Diseña tu ruta en función de tu tiempo y preferencias.

Un último consejo: si vas a una ciudad muy monumental, y dispones de muy poco tiempo, ve al bar más cercano (lo más autóctono posible) y anota en tu libreta todas las cosas que te habría gustado ver y probar de esa ciudad; siempre hay que dejar algo para volver.

(*) Imágenes: Wikimedia Commons. Creative Commons License.