En 1939, al acabar la guerra civil española y tras el ascenso al poder del régimen de Franco, numerosos españoles huyeron del país. Unos lo hicieron para evitar las represalias políticas por sus ideales, otros por haber servido en el ejército republicano. Seguida muy de cerca por México, Francia fue el destino principal con más de medio millón de refugiados. Pero estos refugiados, aunque encontraron las fronteras abiertas y fueron admitidos en el país, no fueron recibidos con los brazos abiertos. Se construyeron para ellos campos de concentración, numerosos en el sur de Francia, en los que fueron encerrados y hacinados. Rodeados por vallas y soportando unas durísimas condiciones de vida (poco alimento, poco cobijo, poca ropa de abrigo…), fueron muchos los que no lograron sobrevivir. De entre estos campos de concentración destacó, por ser el pimer y seguramente más precario de los campos, Argelès-sur-Mer, donde llegaron a convivir unos 100.000 españoles.

El desarrollo cultural en los campos de concentración

Es sorprendente el hecho de que, a pesar de las duras condiciones de vida, la actividad cultural e intelectual se desarrollara con fuerza dentro de estos campos. La activa y participativa vida cultural durante la República, así como el convencimiento de que la cultura es la base de la libertad, motivaron iniciativas de diversa índole dentro de los campos. Al mismo tiempo, la necesidad de distraer a los refugiados de la cruda realidad y mantener altos los ánimos fueron razones que también impulsaron estas actividades. Docentes, artistas y estudiantes, junto a miles de soldados, desde un primer momento se organizaron para fomentar la cultura en el exilio.

Por un lado, destaca la organización de actividades formativas y la construcción de los llamados barracones de la cultura para albergar las escuelas y otras iniciativas culturales. Pronto se montaron actividades docentes que contaron con miles de alumnos y que formaban a los recluidos en ámbitos diversos:

  • Alfabetización.
  • Enseñanza primaria.
  • Cultura general.
  • Idiomas.
  • Matemáticas.
  • Educación física.
  • Educación artística…

Pero no solo se daban clases regulares, sino que los barracones de la cultura también acogían charlas y conferencias sobre aspectos diversos. Sumidas en la más absoluta precariedad, estas escuelas se nutrían de las donaciones que tenían a bien hacer sus vecinos franceses o algún patriota español.

Por otro lado, es muy llamativa la edición y distribución de revistas y boletines. Aunque editados de manera muy precaria (muchas veces no eran más que unos pocos ejemplares manuscritos), sirvieron para difundir las ideas por los campos y mantener vivos los principios de la República. Aparte de para aspectos puramente ideológicos y culturales, tanto las publicaciones como las escuelas también fueron el medio de instrucción en aspectos fundamentales en la vida cotidiana en el exilio, como la higiene y la educación sexual.

Asimismo, dentro de los campos también se organizaron exposiciones y se promovió el arte. Se tiene constancia de la existencia de un Palacio de Exposiciones en Barcarés, un Salón de Bellas Artes en Argelès y una Barraca-Galería en Saint Cyprien. Otras iniciativas artísticas llevaron a la realización de piezas monumentales que ornamentaban los campos, como las grandes esculturas en barro del campo de Gurs España agonizando (sobre la guerra civil) y La última bomba (dedicada a las víctimas de Guernica) o los grandes murales de Les Milles. Hay que tener en cuenta que las obras de arte que podían realizarse se hacían empleando los materiales que se tenían más mano, normalmente de gran pobreza. De este modo, estamos hablando de esculturas de jabón, de barro, de madera, de miga de pan, de latas de sardinas…, aunque también había acuarelas, óleos, guaches…

Independientemente del valor artístico, estas obras (en gran parte perdidas) son interesantes por el valor documental que aportan. Se trata del testimonio de la odisea del exilio, de la vida cotidiana en los campos, de las aspiraciones de los exiliados, de la frustación del encierro y la derrota, de los ideales políticos… Fueron muchos los artistas, profesionales o aficionados, que reflejaron en sus obras esta cruda realidad y entre ellos destacamos a Antonio Rodríguez Luna, Josep Bartolí, Josep Franch Clapers y Helios Gómez. Hay que tener en cuenta que no todas sus obras se realizaron durante el encierro en los campos, ya que muchos de ellos, testigos directos de este horror, lo plasmaron con posterioridad en sus nuevas creaciones.

Antonio Rodríguez Luna

Antonio Rodríguez Luna, Éxodo, 1937, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

Antonio Rodríguez Luna, Éxodo, 1937, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

Antonio Rodríguez Luna nació en Montoro (Córdoba) en 1910. Con diez años se fue a Sevilla, donde inició su formación como artista en la Escuela de Artes y Oficios y en el estudio del pintor Juan Lafita. Pero Rodríguez Luna buscaba un ambiente más moderno e innovador en el que desarrollarse, de modo que en 1927 marchó a Madrid, donde asistió a las clases de Julio Romero de Torres en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.

La capital le permitió, además, formar parte de una activa vida artística y cultural. Entró en contacto con algunos de los artistas más relevantes del momento (Darío de Regoyos, José Gutiérrez Solana, Francisco Iturrino…) e intentó participar de las vanguardias, especialmente del neocubismo y el surrealismo. Expuso en el segundo «Salón de los independientes» y colaboró, junto a artistas de renombre (Joaquín Torres García, Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Julio González…), con el Grupo de Arte Constructivo. En 1931, el Museo de Arte Moderno de Madrid adquiere la primera de sus obras y, en 1933, participa en la «I exposición de arte revolucionario». Ese mismo año se traslada a vivir a Cataluña, donde trabajó impartiendo clases de dibujo.

Antonio Rodríguez Luna, Españoles en el campo de concentración de Argeles-sur-Mer, 1939.

Antonio Rodríguez Luna, Españoles en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer, 1939.

En 1934, la revolución de Asturias marcó un hito en su producción artística. A partir de entonces abarcaría temas más comprometidos socialmente y abandonaría el neocubismo a favor del expresionismo (sin abandonar el surrealismo), pues este estilo le era mucho más apropiado para los nuevos enfoques. Posteriormente, al estallar la guerra, trabajó como ilustrador para algunas publicaciones, al tiempo que continuaba su labor como pintor. Ambas producciones se convierten en testimonios y críticas de la cruda realidad. En 1939, junto a miles de personas, Rodríguez Luna marchó hacia el exilio francés e inició un periplo por diferentes campos de concentración (se sabe que estuvo, al menos, en Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien y Bram). Después, tras pasar por París, acabó exiliándose en México, como otros cientos de artistas e intelectuales.

En México pronto se introdujo en los círculos artísticos, con lo que su arte se vio influenciado por las tendencias de este país. Entre otras cosas, inció una colaboración con el muralista David Alfaro Sequeiros y obtuvo una beca del Colegio de México. Años más tarde, una beca de la Fundación Guggenheim le permitió residir dos años (1941-1943) en Estados Unidos y entrar en contacto con el arte norteamericano. Al regresar a México entró como profesor de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, lo que hizo que influenciara a toda una nueva generación de artistas mexicanos. Poco a poco su arte se fue acercando a la abstracción y fue abandonando el contenido crítico y social que tanto había caracterizado su obra durante dos décadas.

A lo largo de los años 60 y 70, la muerte de muchos de sus compañeros de exilio le hacen añorar su patria natal, por lo que a partir de 1976 empieza a viajar a España. Finalmente, en los años 80 regresa a su ciudad de origen, a la que hace una donación de obras de su última etapa (origen del Museo Antonio Rodríguez Luna de Montoro). En 1985 falleció en Córdoba.

Como ya se ha mencionado, su obra sufrió un cambio con la llegada de los movimientos sociales y la guerra y comenzó a inclinarse por el expresionismo y la pintura de crítica social. Los acontecimientos históricos lo dejaron fuertemente marcado y durante décadas les dedica gran parte de su obra. Su producción se convierte, así, en testimonio de los horrores del conflicto bélico primero y del exilio después. Durante su estancia en los campos de concentración, Rodríguez Luna realizó una serie de aguafuertes que reflejan las duras condiciones de vida y, una vez en México, continua con series como las de Éxodos (1943-1945) o Españoles derrotados (1945-1955). No será hasta pasados los años 50 que su obra comienza a abandonar ese trauma vivido y toma otros caminos.

Aquí puedes consultar la obra que del artista tiene el MNCARS.

Josep Bartolí

Josep Bartolí, Intentaba salir, 1939-1944, Arxiu Municipal de Barcelona.

Josep Bartolí, Intentaba salir, 1939-1944, Arxiu Municipal de Barcelona.

Josep Bartolí nació en Barcelona en 1910. Huérfano de madre a muy temprana edad, inició su formación como artista en la Llotja de Barcelona y en la Facultad de Cirugía y Medicina, donde asistía como oyente para aprender anatomía. También asistió a la Academia Baixes, al mismo tiempo que realizaba trabajos relacionados con la escenografía o colaboraba con periódicos para ganarse un sueldo.

Una vez que comienza la guerra, Bartolí se posiciona del lado republicano y colabora, en un primer momento, con el Sindicato de Dibujantes Profesionales de Barcelona realizando cartelería propagandística. Pero pronto marcha al frente con las tropas para unirse a la lucha armada. Al acabar la guerra, Bartolí cruza la frontera y camina hacia un exilio sin retorno. En Francia vive una auténtica odisea, primero entrando y saliendo de campos de concentración, luego huyendo a París -donde llega poco antes de la invasión de Polonia por Hitler- y, finalmente, dirigiéndose a Marsella para embarcar hacia Casablanca y, de ahí, a México.

Josep Bartolí, Trabajos Forzados, 1939-1933, Arxiu Municipal de Barcelona.

Josep Bartolí, Trabajos Forzados, 1939-1944, Arxiu Municipal de Barcelona.

Ya en México, retoma su actividad artística con fuerza. Entra en contacto con artistas locales, como Frida Kahlo, y se une los grupos de exiliados españoles en el país. Trabaja para el cine diseñando vestuarios y escenografías y también para la prensa diseñando portadas. Además, escribe, junto a Molins i Fàbrega, el libro Campos de Concentración 1939-194…

A mediados de los años 40 Bartolí se traslada a Nueva York, donde una próspera carrera profesional dentro de la editorial Curits le permite viajar por América y volver a Europa (a partir de 1977 también a Cataluña). Pero, aparte de su trabajo dentro del mundo editorial y publicitario, desarrolla asimismo una carrera artística propia, que le lleva a realizar cerca de un centenar de exposiciones por todo el mundo.

Josep Bartolí, Vive la France, 1939, Arxiu Municipal de Barcelona.

Josep Bartolí, Vive la France, 1939, Arxiu Municipal de Barcelona.

Murió el 3 de diciembre de 1995 en Nueva York y, unos meses después y por expreso deseo del artista, sus cenizas fueron esparcidas en el mar Mediterráno en Premià de Mar. Años antes, en 1989, Bartolí había donado al Arxiu Municipal de Barcelona una colección de 116 dibujos, que incluía 26 dibujos que realizó para publicaciones periódicas, 39 de la serie Guerra y 51 de la serie Campos de concentración. Todo un testimonio gráfico de aquella terrible experiencia.

Destacan, por ser testimonio gráfico de sus vivencias en los campos y muestra de que el arte no murió en el exilio, los dibujos de la serie Campos de concentración. Estos dibujos fueron recopilados y publicados junto a poesías del periodista Molins i Fàbrega en el libro Campos de concentración 1939-194… En esta obra no solo da testimonio de sus vivencias, sino que denuncia la falta de ayuda otorgada por el país de la igualdad y la fraternidad (tanto durante la guerra como después) a quienes fueron los primeros en luchar contra los fascismos en Europa. La serie integra dibujos de diversos formatos, unos más gráficos y otros más narrativos. Generalmente se trata de grotescas caricaturas cuando representa a los políticos y a los opresores, y son más realistas y dramáticos cuando muestra a las víctimas.

Puedes consultar aquí la colección del Arxiu Municipal de Barcelona.

Josep Franch Clapers

Josep Franch Claper, El primer ranxo calent, 1939.

Josep Franch Claper, El primer ranxo calent, 1939.

Josep Franch Clapers nació en 1915 en Castellterçol (Barcelona). Desde muy joven mostró gran talento por el arte y empezó su formación en la Escola dels Patrons Decoradors de Barcelona y realizando trabajos de decoración de imaginería religiosa. Finalmente, en los años 30, entra en la Llotja de Barcelona.

La obtención de algunos premios auguraban una carrera próspera, pero el estallido de la guerra le impuso un prematuro truncamiento. El pintor, por entonces un joven lleno de ideales, se alistó en el ejército republicano y marchó al frente. Al caer Cataluña en manos nacionales, Frach Clapers se unió a las largas columnas de refugiados que cruzaron la frontera francesa. Como tantos otros, una vez puestos los pies en territorio galo es internado en un campo de concentración; Franch Clapers pasó un año encerrado entre Sant Cebrià y Gurs. Durante este tiempo, dibujó incansablemente la dura vida en los campos, con lo que compuso una de las colecciones más amplias sobre este tema.

Josep Franch Clapers, L'exode.

Josep Franch Clapers, L’èxode.

Cuando logra salir de los campos, lo hace dentro de una compañía de trabajo en Saint Rémy (Provenza), pero a los pocos meses cae en manos de los alemanes (que en aquel entonces estaban invadiendo el sur de Francia) y es obligado a trabajar en las fortificaciones de la costa mediterránea. Finalmente logra escapar y vive en la clandestinidad hasta que Francia es liberada.

Se instala en Saint Rémy y, en 1945, realiza una exposición en París con sus dibujos de los campos. El éxito de la muestra es tal que se tuvo que prolongar. A pesar de las ofertas de trabajo que recibe en París, Franch Clapers tiene que volver a Saint Rémy por la salud de su mujer y ahí abre poco después una empresa de decoración de edificios, aunque sin abandonar su producción artística. Su contacto con Albert Gleizes influye profundamente en su obra, que a partir de entonces caminará hacia el cubismo. Franch Clapers realiza una producción muy personal dentro de este estilo al trabajarlo con técnicas muy variadas: escultura de talla directa, mosaico, pintura mural y vidriera.

Los recuerdos de la guerra no lo abandonarán jamás y la donación que hizo en 1987 a la Generalitat de Catalunya lo demuestra. Se trata de una colección de 207 dibujos y pinturas que realizó durante la guerra y el exilio: todo un documento gráfico del éxodo. En la actualidad, unas 60 pituras de la colección han sido cedidas temporalemente al ayuntamiento de su pueblo natal, Castellterçol, que las exhibe en el Espai Franc. Franch Clapers falleció el 27 de noviembre de 2005 en Saint Rémy.

Helios Gómez

Helios Gómez, Evacuación, 1937, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

Helios Gómez, Evacuación, 1937, Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona.

Helios Gómez nació en Sevilla en 1905, ciudad en la que inició su formación artística como decorador de cerámica en la Fábrica de la Cartuja de Sevilla y como estudiante de la Escuela Industiral de Artes y Oficios. De firmes convicciones anarquistas, en 1923 ingresó en la CNT. Hay que destacar que el gran peso que sus ideales políticos tendrán en su obra es una de sus características más marcadas.

Comenzó su labor artística colaborando con el diario anarquista Páginas Libres e ilustrando libros de autores sevillanos, como Rafael Laffon o Felipe Alaiz. A partir de 1925, ya estaba realizando exposiciones por toda España: en el Café Kursaal de Sevilla, en el Ateneo de Madrid y en la Galería Dalmau de Barcelona.

Sin embargo, razones políticas le obligaron a exiliarse en París en 1927, de donde tuvo que huir poco después por participar en los actos de protesta contra la ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti. Comenzó, así, un periplo por Europa que le llevó a Bruselas, Ámsterdam, Viena y Berlín. En este periodo visitó también la Unión Soviética. Durante estos años continuó su formación y siguió exponiendo y trabajando como ilustrador de diversas publicaciones. Destaca, sobre todo, la publicación en 1930 de su primer álbum, Días de ira.

Acabada la dictadura de Primo de Rivera, Helios Gómez decidió regresar a España e instalarse en Barcelona. Ahí colaboró con numerosas revistas republicanas y comunistas (L’Opinió, La Rambla, La Batalla, L’Hora, Bolívar o Nueva España) e ilustró libros y diseñó sus portadas. Es en esta época cuando abandonó el anarquismo y se decantó por el comunismo, cambio que dejó reflejado en su manifiesto Porqué me marcho del anarquismo. Ingresó entonces en la Federación Comunista Catalano-Balear, en el BOC (Bloc Obrer i Camperol) -del que fue expulsado al poco tiempo- y en el PCE.

En 1932 fue detenido en Madrid por su militancia y fue encarcelado en Jaén. Cuando consiguió la libertad provisional escapó a Bruselas y después asistió como representante español al «Congreso internacional de artistas proletarios» que se celebraba en la URSS. Helios Gómez se quedó en este país hasta 1934 y durante esta estancia publicó su segundo álbum, Revolución española. En 1934 regresó a Barcelona, pero pronto fue arrestado por su participación en las huelgas de octubre de este mismo año. Tras su liberación, marchó de nuevo a Bruselas, donde publicó su tercer álbum, Viva octubre (1935), testimonio gráfico de los acontecimientos.

De vuelta en Barcelona, funda junto con otros artistas el grupo Els Sis y el Sindicato de Dibujantes Profesionales, dedicado sobre todo a la producción de cartelería anarquista y republicana. Posteriormente, Helios Gómez participó muy activamente en la guerra, tanto luchando en el frente como con su actividad política y artística: lucha en las barricadas para defender Barcelona, se une a la Aliança d’Intel·lectuals Antifeixistes de Catalunya, es nombrado comisario político de UGT, lucha en Ibiza y Mallorca y en los frentes de Aragón, Madrid y Andalucía, se encarga del diseño y maquetacón del diario El Frente como miliciano de cultura de la 26ª División, etc. Al terminar la guerra, Helios Gómez marcha al exilio francés y pasa, entre 1939 y 1942, por los campos de Argelès-sur-mer, Bram, Vernet d’Ariège y Djelfa (Argelia).

Al salir, finalmente, de los campos, Helios Gómez regresó nuevamente a Barcelona, donde fundó el grupo de Liberación Nacional Republicana y la Casa de Andalucía. Entre 1945 y 1946 pasó un nuevo periodo en la cácel, tras el cual continuó con su labor artística, exponiendo en la Galería Arnaiz (1948) y realizando los murales decorativos del Jazz Colón y de la Residencia Sant Jaume. Encarcelado nuevamente entre 1948 y 1954 (a pesar de la orden de liberación de 1950), pinta en una de las celdas de la Modelo de Barcelona el mural La capilla gitana. Helios Gómez falleció en Barcelona en 1956.

Como podemos ver, la obra de Helios Gómez es el testimonio gráfico de toda una época de reivindicaciones sociales. Puesta al servicio de la lucha, siempre evitó esa concepción burguesa «del arte por el arte» y se desarrolló principalmente dentro del cartelismo y la ilustración. Aunque en un principio su estilo estuvo fuertemente influenciado por las vanguardias del momento, especialmente el cubismo, poco a poco se fue encaminando hacia un mayor realismo con el fin de hacer sus imágenes más comprensibles.

Aquí puedes consultar un documental sobre el artista producido por el IVAM.

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