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Desde la Antigüedad, en el espacio público acontece la celebración de la comunidad, de la propiedad del Estado, del calor de la pertenencia al lugar común. Entorno a esos hitos se elevaron cánticos y monumentos que habrían de conmemorar las gestas de la nación para gloria de sus protagonistas. La Eternidad estaría de su parte pero, ¿y los hombres?

El pulso del tiempo ha determinado los avatares de cada pieza: las inclemencias meteorológicas, las conquistas -y reconquistas- o también la venta y el empaque hacia otro continente de monasterios e iglesias ‘por un módico precio’.

La realidad aumentada (RA) nos ofrece la posibilidad de crear una visión mixta de lo que contemplamos: componiendo las partes de un edificio en ruinas, admirando las estructuras que hoy vemos como simples esqueletos e incluso haciendo posible ampliar información de los detalles más insospechados a través de tecnologías digitales. Pero desde el MET de Nueva York el artista argentino Tomás Sarraceno nos propone ir más allá con su concepción heterárquica.
‘Cloud City’ plantea un reto poliédrico de acero y cristal enclavado en la terraza del museo y conectado con las estrellas en el que es difícil orientarse. En sus destellos se desdobla el entorno circundante y la realidad inmediata del público que mira, fotografía y comunica su visión del paisaje en órbita. Y mientras aquí, muy cerca, una espiral se expande de nuevo girando sobre sí misma para festejar la unión de las dos Alemanias y la consolidación de la UE.

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‘El Sueño de los Continentes’ (1999) obra de Martín Chirino, danza en su pedestal en la Plaza de Europa de Santa Cruz de Tenerife tras haber sido restaurada. Una auténtica paradoja del escenario actual, del sentido de lo público y del valor del arte.

André Breton en Pez soluble escribía:

Heme aquí, en los corredores del palacio en que todos están dormidos. ¿Acaso el verde de la tristeza y de la herrumbre no es la canción de las sirenas?

Ni el propio líder surrealista hubiera imaginado que el automatismo psíquico diría tanto acerca de la deriva de esta Nave de Los Locos, donde la necedad había privado de sus alas al mismo Ícaro.

Colaboración

Nubia Alonso