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En 2007, el año oficial del comienzo de la crisis económica, España dejó de existir como país. Hemos acabado con todo, no hay credibilidad en:

  • La política.
  • Las instituciones del Estado.
  • Los medios de comunicación.
  • Las instituciones financieras.
  • El sistema educativo.
  • Las universidades.
  • Las empresas.
  • Etc., etc., etc.

Ahora bien, ¿qué pasa con la cultura?

¡Ah! claro, que la cultura no es importante, dirán algunos. Aquellos que lo piensen que hagan una simple pregunta a un desempleado o a ellos mismos si están desempleados: ¿qué soy? Sí, sí, ¿qué soy? Si no trabajas ya no podrás decir que eres abogado, consultor, gestor cultural, historiador, etc., porque no te dedicas a ello. Esto significa que lo que ahora te define ya no es tu profesión.

He aquí un problema identitario de primer orden porque encima, por si esto fuera poco, España ha muerto, luego ya no te puedes definir ni siquiera como español porque ¿qué es España cuando una parte muy importante de sus territorio se quiere separar? No hablo de banderas, hablo de sensación de pertenencia a un proyecto común. Dichosos nuestro vecinos los franceses, italianos y portugueses que no tienen estos problemas.

¿Qué nos queda entonces? La cultura y encima huye despavorida…

La cultura construye un país, lo define, define a sus gentes. Desde la forma de cocinar y el idioma, hasta la música, las artes plásticas, la literatura o la ciencia. Si todo esto en su conjunto no se valora daremos la puntilla a lo poco que quede de este triste lugar (que no país) antes conocido como España. Si los artistas, los investigadores, los pensadores, los científicos, huyen de aquí como si estuviéramos en pleno holocausto judío, las esperanzas de revertir la situación son mínimas.

Un rayo de luz

La gracia (si se puede emplear esta palabra) es que todo esto es completamente innecesario. Estamos inmersos en la sociedad del conocimiento. ¿Qué es lo que más abunda en España? Universitarios. ¿Qué hacen los universitarios? Aportan valor y conocimientos de calidad a la sociedad. Es una falacia que se diga que sobran universitarios y universidades, pero ¿a quién se le ocurriría decir que sobran escuelas? Absurdo por completo.

España podría ser perfectamente el cerebro de Europa, pero serlo desde España y no desde Berlín, Londres, París o Viena, donde sí se los valora, donde son necesarios

España podría ser perfectamente el cerebro de Europa, pero serlo desde España y no desde Berlín, Londres, París o Viena, donde sí se los valora, donde son necesarios. Estamos exportando talento en la era del talento y queremos convertir a España en un lugar “productivo” dicen, es decir, salarios bajos (o esclavos). Es una mentalidad de la era industrial y eso se terminó, todo se produce en Asia (allí sí están en la era industrial), Occidente está en otra fase histórica. Otros países lo han entendido, España no.

Leímos hace no demasiados meses el informe sobre las ciudades globales, en el que se explicaba que las industrias culturales (términos que no considero adecuados) son el motor de las ciudades globales y que ayudan a retener y atraer el talento exterior. Una ciudad muerta, culturalmente hablando, no va a atraer a personas que se supone que van a desarrollar un trabajo creativo, alegaba ese informe. No me gusta, en cambio, el uso que hace de la cuestión de las industrias culturales, prefiero llamarlo simplemente cultura, instituciones culturales, asociaciones culturales o, por ejemplo, empresas culturales. Si ya no estamos en la era industrial no deberíamos tratar a la cultura como tal.

Soluciones

El diagnóstico es ya de dominio público, no hace falta volver a incidir en él. Ahora lo que necesitamos son soluciones claras y sencillas. No podemos caer en la retórica vacía. Haré un esfuerzo de claridad y precisión: el cambio vendrá de la cultura o no vendrá. Cuanto más fomentemos la cultura, más personas cultas, formadas y con juicio crítico podrán generar el cambio. Cuantas más personas formadas y, por supuesto, que utilicen el conocimiento para el bien (que es un valor de la cultura), más rápido se producirá ese ansiado cambio. De lo contrario, lo único que encontraremos será miseria (y no solo económica), falta de expectativas, hastío y emigración.

El cambio vendrá de la cultura o no vendrá

En nuestras manos, en los universitarios, en los profesionales de la cultura, está el testigo. No tenemos por qué ser la generación perdida, no debemos ser deterministas, no tiene por qué ser el fin. Puede ser el principio de un nuevo modelo basado en el ser humano, no en la industria, sí en la cultura.

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(*) Imagen: S. Galván.