Donde dice Goya podemos poner cualquier otro nombre de un artista consagrado. ¿Es la Educación de la Virgen de Yale de Velázquez? En Sevilla se organizó un congreso para debatirlo, en el que no se pudo llegar a ninguna conclusión. ¿Y el Coloso del Prado, es de Goya? Con motivo de la exposición sobre Pacheco que ha hecho este año el Museo de Bellas Artes de Sevilla ha surgido un San Francisco envuelto en la misma polémica, y así podemos seguir con un millar de obras más.

La Educación de la Virgen

Velázquez (atribuído), La Educación de la Virgen, 1617, Universidad de Yale.

Mi respuesta ante estas cuestiones es que la importancia de la autoría es más que relativa. Es decir, es cierto que lo mejor es conocer de la manera más completa posible la producción de los artistas, y que al mercado artístico le encanta poner nombres para poder vender las obras a un precio mayor. Un “seguidor de” nunca va a cotizar igual que el maestro. Pero si nos centramos en la esencia, es decir, en la propia obra (¿no es lo que verdaderamente importa?), en su valor intrínseco, su calidad técnica, su iconografía, su estética, y la comparamos con su contexto, la mano que la ejecutó no es tan importante. Porque ¿la poderosa fuerza del Coloso va a dejar de impresionarnos si no es de Goya?

El Coloso.

Goya (atribuído), El Coloso, 1808-12, Museo del Prado.

Tampoco hay que pasar por alto que la idea negativa hacia la imitación (de la que ya hemos hablado en otro artículo) y la del artista único son muy nuevas. El propio creador puede versionarse a sí mismo, como Zurbarán, que hizo tres pinturas de la Casa de Nazaret (Cleveland Museum, Fondo Cultural Villar Mir y colección Colomer) en las que se puede jugar a buscar las siete diferencias. O las dos pinturas de la Virgen de las rocas de Leonardo; la de Londres, por cierto, posiblemente con ayuda del obrador.

La Casa de Nazaret.

Zurbarán, La casa de Nazaret.

Porque la forma tradicional de trabajar era en el taller, donde se encontraba el artista principal, el que recibía los contratos y enseñaba a los muchachos. Estaban los aprendices, que aún tenían pocos conocimientos del oficio y hacían las funciones más básicas, como preparar los materiales y mantener el obrador limpio; los oficiales, el siguiente escalón y que se formaban para aprobar el examen de maestría, y cuando el maestro era de un buen nivel, podía tener a otros artistas que trabajaban a sus órdenes.

Así, hay artistas que se formaron con sus maestros, asimilaron totalmente su estilo y luego se dedicaron a imitarlo, a veces porque era lo que más vendía o porque era lo que el comitente demandaba, pero otras son copias consentidas y salidas del propio taller para hacer frente a la gran demanda. Además, el tema de la atribución se complica porque, para colmo, existe un sinfín de obras de taller en las que el maestro da las trazas generales y sólo toca la obra para concluir los detalles principales y darle su toque final.

Si no, ¿cómo explicar que se le atribuyan a Rubens más de tres mil pinturas? La cosa no concluye ahí. Se dieron situaciones que nos parecen inverosímiles en la actualidad pero que en otras épocas estaban bien vistas. Volviendo a Pacheco, cuenta en su Arte de la pintura que tras restaurar un Descendimiento de Cristo del duque de Alcalá que se consideraba copia de Pedro de Campaña, estimó que era de una calidad digna del maestro flamenco y añadió la firma de este artista, algo que ahora nos puede escandalizar, pero que sin duda en ese momento no era algo  reprobable, si no, nunca habría dejado testimonio por escrito de esta acción.

Por todo ello, en muchas ocasiones, hay que tener muy buen ojo para lograr hacer la distinción entre el original y la copia, o entre la parte que es del maestro y la que no. Ese “buen ojo” no es un don muy común, ni siquiera entre los historiadores del arte más profesionales, se ejercita con la experiencia y permite observar una obra y notar un “no sé qué” que te dice que no es.

Aunque (y recupero el inicio del artículo), si nos encontramos ante una obra de tanta calidad que es necesario el estudio de un gran experto para dictaminar su posible autoría, debo repetir la pregunta de si realmente es tan importante. Para su precio, seguro, porque el mercado funciona así y se prefiere pagar un pastizal por una mala obra autógrafa que por un anónimo que roce la perfección, pero su valor, que es lo que de verdad debe interesar al historiador del arte y a las personas con sensibilidad artística en general, ¿su valor no debería ser el mismo?

El Caso de Banksy

Postdata: No puedo concluir sin citar un caso inverso aunque igualmente controvertido, el de Banksy. En esta ocasión, la prensa ha dudado si el hecho de haber puesto cara e historia a ese icónico nombre podría perjudicar al aprecio y consideración de su obra, ¿y por qué? ¿Qué cambia que pueda dejar de hacernos reflexionar o conmovernos? En realidad, nada, las obras son las mismas y no pierden un ápice de interés aunque ahora sepamos quién es la mente que está detrás. O eso me parece a mí.