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Rubens, Las Tres Gracias, 1636-9, Museo del Prado, Madrid. (*)

Hoy en día Europa y el mundo en general viven una fractura económica y social, cuya causa original esconde un choque de ideologías, una lucha entre el capitalismo salvaje donde todo vale, donde todo tiene un precio y todo se vende y se compra y una ideología más social que plantea que hay derechos y libertades que son irrenunciables. Esta confrontación se ha extendido a los diversos ámbitos de la sociedad y la alimentación no iba a ser una excepción.

Tasas a los alimentos

Por un lado en los últimos meses hemos ido conociendo una serie de noticias sobre varios países que gravaban aquellos alimentos poco saludables como:

  • El impuesto de las grasas en Dinamarca.
  • El impuesto de las hamburguesas en Hungría.
  • El impuesto de los refrescos en Francia.

Con respecto a la tasa francesa, es preciso destacar que incluso se gravan con una nueva tasa las bebidas light (algo que no tiene sentido) con el pretexto de mejorar la salud del país y con ello reducir el gasto sanitario, a la par que se engrosan las arcas. El último país en subirse al carro es EEUU que planea poner un impuesto “moderado” y gravar con 12 centavos cada lata de 33 cl de refresco azucarado.

Contra las tasas

Por otro lado nos encontramos con varias asociaciones y movimientos entre los que cabe destacar a “Americanos Contra los Impuestos sobre la Alimentación”, que defienden que gravar los alimentos es algo discriminatorio que no debe ser permitido, y que si se trata de mejorar la salud hay acciones y políticas más democráticas y más viables como es la educación alimentaria y promocionar y bonificar aquellos alimentos más saludables (en época de crisis aumenta el consumo de comida rápida debido a su menor coste).

Todo es veneno, nada es veneno. Todo es cuestión de dosis

Para estas organizaciones, la medida de un impuesto moderado es meramente recaudatoria, pues la leve disminución del consumo que conllevaría no sería suficiente para que se mejorase la salud del país, pero sí que permitiría una alta tasa de recaudación, en contra de un verdadero impuesto, que sí frenaría el consumo pero eso haría que no se recaudase tanto dinero. Además aducen que esta medida va en detrimento de aquellas personas sanas, de recursos limitados, que consuman estos productos de manera ocasional, lo que coarta su libertad de elección

La educación en las escuelas

Ya lo dijo Paracelso “Todo es veneno, nada es veneno. Todo es cuestión de dosis”. La nutrición nos enseña que no hay alimentos buenos ni malos, los hay que pueden ser consumidos más frecuentemente que otros. Parece lógico pensar que comenzar por gravar ciertos alimentos es comenzar la casa por el tejado. El primer paso es inculcar los hábitos saludables desde la escuela. ¿Cuántos consumidores de comida rápida de los que están obesos o diabéticos lo estarían si además de eso, hicieran ejercicio, o el resto de los días comieran sano? Garantizar el acceso a los alimentos de calidad también está recogido como un derecho esencial en muchas cartas magnas. Por lo tanto una buena idea sería invertir el pensamiento y realizar estudios que mostraran el impacto que tendría reducir el coste de los alimentos saludables haciéndolos asequibles.

Por otro lado, ¿Podemos ponerle impuestos a lo que es de primera necesidad? Ya tenemos los precedentes con la investigación biomédica y la genómica. Afortunadamente se reguló la ley de patentes, prohibiendo patentar según qué cosas, pues, entre otros argumentos, se considera que son de una importancia tal, que deben estar disponibles para cualquiera.

Colaboración:

Gorka Palacios

(*) Imagen de Portada: Wikimedia Commons. Creative Commons License.