Viajar al centro de las tierras Altas de Guatemala es viajar a la misma esencia del pueblo maya. En el Departamento Quiché se encuentra uno de los pueblos más llamativos e importantes de estas ancestrales tierras: Chichicastenango, «Chichi» para sus habitantes. Rodeado de valles y montañas, este pueblo es conocido a nivel mundial por ser un reclamo turístico de primer orden para todo turista que se precie. Es, además y pese a la gran influencia cultural que emana de todos los viajeros que visitan sus calles, uno de los pueblos con mayor tradición indígena que se conserva hasta nuestros días.

Chichicastenango destaca cultural e históricamente por dos aspectos. En primer lugar, porque es el pueblo donde se encontró uno de los libros sagrados mayas más importantes para el conocimiento de esta cultura, el Popol Vuh, donde se recogen los orígenes y creencias del pueblo maya quiché.

En segundo lugar, por su actual sincretismo religioso, ya que aún perduran las tradiciones religiosas indígenas junto con una adaptación del catolicismo impuesto posteriormente. La Iglesia de Santo Tomás es el mejor ejemplo de ello, puesto que se levantó sobre un templo maya y en ella se realizan en la actualidad antiguos rituales precolombinos.
A los pies de la gran escalinata de esta iglesia, que simboliza el calendario maya, es donde se encuentra el tercer reclamo turístico por excelencia: el mercado.

A lo largo de toda la escalinata las mujeres se sientan con sus cestos de flores e inciensos de resina de copal. Los venden a los devotos que entrar en el templo a hacer sus ofrendas a los antepasados en forma de alimentos (como el maíz o licores) y flores de todos los colores y  mediante rituales prehispánicos que dirigen los líderes espirituales indígenas conocidos como chamanes o chuchkajaues.

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Mujeres indígenas comerciantes

Viajar a Chichicastenango un día de mercado (un jueves o domingo) es todo un espectáculo que nadie se debería perder en su visita a Guatemala. Este mercado es uno de los más importantes de Centroamérica.

Visitar este particular mercado guatemalteco supone adentrarse en un túnel del tiempo hacia un pasado precolombino. Los colores y los aromas de las frutas, verduras, incienso y flores inundan las estrechas calles de tejados rojizos frente a la iglesia y estallan en múltiples coloridos ante los tejidos amarillos, verdes, rojos, rosas y azules que decoran los huipiles de las mujeres masheñas, como se conoce a las mujeres de Chichicastenango.

Ellas son las protagonistas de este mercado: las mujeres indígenas ataviadas con sus huipiles (blusas precolombinas) y sus largas melenas negras recogidas. Pasean con sus bebés sujetos a la espalda con una tela bordada conocida como perraje.

Las mujeres mayas son las auténticas comerciantes de este enorme mercado, donde se reúnen varias generaciones de madres, hijas, tías y nietas intentando captar la atención de los turistas que pasean por el pueblo. Prentenden venderles no solo sus preciados tejidos y flores, sino también una gran variedad de artesanías, como collares, pendientes, máscaras, etc.; un sinfín de alimentos, como frutas y verduras de temporada -que son una auténtica delicia para todos los visitantes-; y, por supuesto, las tortillas de maíz que preparan junto con diferentes carnes y mariscos para dar de comer a todos los aldeanos y visitantes de Chichicastenango.

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Todos estos productos se venden mediante el regateo, que no puede faltar antes de llegar a un acuerdo para determinar el precio final de cada venta.

La mujer maya y el tejido

El tejido en Guatemala define la personalidad cultural indígena. Antiguamente el diseño de la vestimenta era la señal de identidad del grupo al que se pertenecía, la zona geográfica de origen, el estatus social y el estado civil.

Las mujeres mayas, desde sus orígenes, eran las encargadas de la vestimenta familiar, del tejido hogareño y de la creación de piezas especiales de muy buena calidad para las ofrendas divinas. Mediante técnicas ancestrales, como el telar de cintura, las mujeres indígenas confeccionaban verdaderas obras de arte que lucían en sus huipiles al salir a la calle.

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Esta misma tradición maya desarrollada por el género femenino podemos observarla todavía en Chichicastenango. La costumbre de tejer piezas textiles vistosas con colores y temáticas muy diferentes es todo un alarde de ingenio y creatividad que se plasma en las mantas, colchas, manteles, alfombras, camisas o vestidos. Todos ellos son parte de la gran variedad textil policromada que ofrecen estas mujeres a los visitantes. Los diseños varían infinitamente de unos a otros y el colorido corresponde a la cosmovisión maya, en la que el blanco representa la esperanza; el negro, la muerte; el rojo, la sangre y el poder; el amarillo, el maíz; y el verde, la realeza.

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Todas estas mujeres no solo contribuyen al mantenimiento de su comunidad con un gran aporte económico gracias a su trabajo y esfuerzo en la producción y venta de sus artesanías y alimentos, sino que además han permitido que se conserven durante siglos sus tradiciones y costumbres mayas pese a la afluencia masiva de turismo que reciben cada año. Son el vehículo directo hacia un pasado ancestral y, por tanto, un ejemplo de resistencia y fuerza frente al cambio irrefrenable de nuestros días.

(*) Imágenes: Antonio Quinzán Bueno. www.viajesyfotografia.com