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La nueva museografía que se ha utilizado para adecuar los espacios expositivos del Museo del Romanticismo al siglo XXI puede valorarse, a mi juicio, desde dos puntos de vista: por una parte, centrando la atención en los aspectos estéticos y, por otra, en las cuestiones prácticas.

En primer lugar, por lo que respecta al resultado visual de las salas, en mi opinión se ha conseguido una gran unidad estilística que permite una acertada reconstrucción de la época del romanticismo por medio de los ambientes que allí se sugieren. Por ello, es justo reconocer que los criterios que se han utilizado pueden ser considerados válidos y, de cualquier forma, responden a unos determinados objetivos que pretende cumplir el Museo.

Ahora bien, existen elementos museográficos que objetivamente no son adecuados, como es el caso de las cartelas, de los paneles de sala o de las moquetas que delimitan los recorridos de los visitantes. Estos elementos suponen en la práctica un impedimento para comprender el discurso general del Museo. Esto es así porque se ha sacrificado la función informativa que le corresponde a la institución y, precisamente, éste es el aspecto que nunca se debe descuidar.

Existen dos formas de entender esta cuestión. Por un lado, puede pensarse que los objetos se explican a sí mismos y que cualquier información adicional es sólo una construcción discursiva realizada a posteriori. Por el contrario, más acertadamente, se debe considerar que los textos científicos están elaborados por profesionales que entienden que la información escrita sirve para identificar los objetos y para poder comprenderlos.

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De cualquier manera, no se está fomentando el exceso informativo sino, en todo caso, que la información que proporciona el Museo pueda verse con claridad, porque de lo contrario, los objetos se convierten en jeroglíficos indescifrables. Por eso, cuando se utilizan cartelas inadecuadas o se limitan los recorridos por medio de pasillos enmoquetados, se está imposibilitando que el usuario pueda interpretar lo que está observando.

En cualquier caso, es cierto que el Museo facilita a los usuarios una guía de mano que sirve de -valga la metáfora- Piedra Rosetta. Lo que sucede es que este tipo de guías han resultado ser totalmente ineficientes en la práctica, porque resulta bastante pesado recorrer cada una de las salas leyendo unos textos que requieren varios minutos de atención. Por eso, modestamente creo que las guías sirven como material previo para preparar las visitas o como material de consulta una vez que se ha concluido la misma, pero nunca como textos sustitutivos de las cartelas o de los paneles de sala.

Al margen de estas cuestiones, también es justo señalar otros elementos museográficos que, como usuario habitual de los museos, considero que son acertados. Por ejemplo, se ha sabido ocultar convenientemente los aparatos que sirven para controlar la humedad de las salas, para que el usuario no encuentre elementos que lo distraigan o le hagan apartar la mirada. Por otra parte, es necesario señalar que el uso de las nuevas tecnologías para reconstruir ambientes es muy adecuado y además muy atractivo para el público.

Lo que se pone de manifiesto es que el discurso general del Museo ha consistido básicamente en ofrecer una panorámica general acerca de lo que supuso el movimiento romántico en nuestro país para que perdure su memoria. Para ello, se ha tratado de reconstruir una serie de ambientes que ya existían antes de que se concluyera este plan museográfico y, por eso, el resultado final es tan recargado si lo analizamos desde una perspectiva actual.

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En cualquier caso, este criterio consistente en mostrar las piezas del XIX de la forma en que se disponían en aquel periodo, no tiene por qué ser considerado como un aspecto negativo, ya que se trata de cambiar nuestra percepción para que veamos con los ojos del romanticismo. Esto supone un desafío para el visitante porque está habituado a formas visuales más simples y ordenadas cuando entra a un museo y quizás no dispone de una adecuada vista de detalle que le permita apreciar la gran variedad de objetos que se exponen.

Mi sensación es que la mirada contemporánea es una mirada de conjunto y no de detalle, ya que probablemente la complejidad de las circunstancias actuales requiere de una vista panorámica y no de una microscópica. Estas barreras que existen entre las distintas épocas, que son sutilezas que normalmente pasan desapercibidas, tienen que ser tomadas en consideración por los museos si pretenden transmitir adecuadamente el espíritu de una época.
Por eso y, como conclusión, he de valorar muy positivamente que se utilicen este tipo de montajes historicistas que de una forma honesta pretenden evocar los ambientes o el contexto en el que se desarrolla un movimiento artístico, como es el caso del Museo del Romanticismo y que puede formar parte perfectamente de los cometidos de un museo.

(*) Imágenes: Rosapolis. Creative Commons License.