Es un hecho que la inmensa mayoría de los monumentos que en la actualidad se presentan al público en España –y en todo el mundo– han pasado por uno o varios procesos de restauración a lo largo de su historia. Dichos procesos de restauración –que en ocasiones habría que considerar más bien de reconstrucción– de un modo u otro alteran inevitablemente el aspecto de las construcciones. No es lugar este para reflexionar sobre los procesos de restauración mismos o sobre los diferentes criterios que a lo largo de la historia han primado, sino más bien para reflexionar sobre el alcance que estas intervenciones pueden tener tanto en el ámbito científico como en el divulgativo en la actualidad. Esta es una cuestión de gran relevancia y que conviene analizar, pues la imagen actual de cualquier monumento puede influir fuertemente tanto en los estudios científicos como en la mera contemplación de quien los visita. Es necesario cuestionarse hasta qué punto somos conscientes de esto, hasta qué punto se es consciente en el ámbito académico y hasta qué punto es consciente el visitante.

Santa Maria Ripoll

Monasterio de Santa María de Ripoll, antes y después de su restauración.

Es cierto que ya hace mucho tiempo que se sabe de la importancia que tiene una buena y rigurosa documentación de todas aquellas intervenciones que se lleven a cabo sobre cualquier bien patrimonial, y por eso en todos los procesos no falta un buen registro de cada paso. Pero, ¿dicha información luego es empleada más allá de los ámbitos de la restauración y la conservación? (Eso sin contar con todas las intervenciones antiguas de las cuales se carece por completo de datos). Asimismo, en la actualidad se emplean diferentes técnicas para resaltar las partes añadidas a una construcción, desde las más radicales que introducen materiales constructivos modernos, a las más sutiles que se limitan a manejar tonalidades y texturas ligeramente diferentes. En este caso, ¿el ojo no experto es capaz de distinguirlas?, ¿la mirada no educada en este sentido puede llegar a darse cuenta de que lo que observa no es, en verdad, lo que cree estar observando?

Todas estas dudas surgen cuando, consultando cualquier manual de arte, son raras las descripciones detalladas en las que se especifique qué partes son “nuevas” y cuáles son originales, o cuando, como visitantes, no se nos explique in situ el alcance real de las intervenciones, de modo que es imposible enfrentarse a la obra de un modo objetivo y con un conocimiento más o menos profundo de la historia del monumento en cuestión.

Las consecuencias de todo esto pueden ser más o menos graves. Por un lado, y como se venía diciendo, de cara al público general puede dar como resultado la falsedad de una imagen. Según María Pilar García Cuetos el origen de este problema radica en que: «La idea de que lo que vemos es original porque es el original lo que se ha respetado –según los principios de intervención actuales– ha calado en la cultura popular de tal manera que, incluso aunque nos encontremos ante una ruina en la que se distinguen claramente las integraciones más recientes […], tales distinciones no impiden que el público asimile como original todo el conjunto que tiene ante sus ojos»[1].

Por otro lado –y tal vez esto segundo esté íntimamente relacionado con lo primero–, en el ámbito científico puede dar lugar a lo que la misma autora ha llamado falso historiográfico: «la certificación científica del falso histórico»[2], es decir, que el análisis científico se base en lo que en verdad es un falso histórico, haciendo de este un “original”. Que todo esto ocurre es cierto, y existen, lamentablemente, varios ejemplos de ello.

Un primer caso al que se puede acudir para ilustrar es el Monasterio de Santa María de Ripoll (Gerona), un emblema del Románico lombardo del que, sin embargo, gran parte de lo que vemos en la actualidad es de nueva construcción. Tras sufrir diversos avatares a lo largo de su historia (como una reconstrucción neoclásica en la década de 1820 a manos del arquitecto Josep Moretó Codina, o sobrevivir a las guerras carlistas), llegó a finales del siglo XIX en un estado bastante ruinoso. Por esta razón, en 1886 se inició una campaña de restauración del monumento, dirigida en esta ocasión por el arquitecto Elies Rogent: «La opción fue clara: reconstruir un símbolo, aunque para ello Rogent acabó prácticamente de destruir los restos arqueológicos que quedaban, por lo que la nueva iglesia es totalmente nueva»[3]. Generalmente se acepta, y en los manuales de Historia del Arte así se suele afirmar, que el interior es totalmente nuevo, mientras que el perímetro exterior es el original. Efectivamente, puede que así sea, pero aún así estamos corriendo el riesgo de erigir como paradigma del Románico lombardo una obra que ha sufrido numerosas transformaciones y reconstrucciones, de las cuales, además, no siempre tenemos toda la información que nos gustaría. El problema tal vez no radique tanto en resaltar la importancia histórica del monumento, pues realmente la tiene, sino en convertirlo con su aspecto actual en una de las obras más representativas del Románico inicial. Sería necesario tomarse con más precaución la idea de que lo que vemos es realmente lo que fue, pues las restauraciones antiguas suponen, no en pocos casos, trabas a la investigación y el análisis.

Ejemplos de esto último existen en nuestro país. Otro de los monumentos más importantes y relevantes de nuestro patrimonio, el Palacio de La Aljafería (Zaragoza), presenta en la actualidad un aspecto que es el resultado de cincuenta años de intervenciones y restauraciones. A pesar de que estas son relativamente modernas (se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XX), la documentación es bastante escasa y no permite dilucidar con claridad qué es lo que se hizo realmente: «La ausencia de diarios y documentación gráfica, así como de anotaciones que indicaran la procedencia de los elementos recuperados, privó de una serie de informaciones vitales a la hora del estudio del edificio, al primarse la reconstrucción estética del conjunto sobre cualquier otro criterio»[4]. De nuevo vemos cómo se erige en uno de los monumentos más representativos de su estilo, en este caso del arte hispanomusulmán civil, un edificio profundamente alterado.

Y es que estas alteraciones, inevitablemente, influyen en la historiografía del monumento, falseando su devenir histórico y su verdadero papel a lo largo de los siglos: «Es bastante sintomático que en los proyectos de restauración se primase el palacio musulmán y el renacentista de los RRCC sobre el medieval del reino de Aragón. La restauración cercenó, modificó y alteró las estructuras del palacio medieval, lo que favoreció su infravaloración, como se puede apreciar en las publicaciones hasta épocas recientes, efectuándose ésta de manera secundaria y siempre muy superficialmente, dentro del estudio general del edificio al considerarse que esta fase estaba irremediablemente perdida»[5]. Afortunadamente, en este caso las investigaciones arqueológicas recientes han puesto solución al problema, pero no por eso deja de ser un buen ejemplo de las consecuencias historiográficas que pueden tener algunas restauraciones modernas.

Aljaferia Zaragoza

Palacio de la Aljafería de Zaragoza, antes y después de su retauración.

Para ilustrar esto último contamos con un buen ejemplo, que podríamos considerar un falso historiográfico –como decíamos más arriba–: la iglesia románica de San Martín de Frómista (Palencia). Esta iglesia, tomada por muchos historiadores del arte como el paradigma del Románico, y como tal aparece considerada en muchos manuales, sufrió a finales del siglo XIX una profunda restauración (que incluyó del desmontaje de gran parte del edificio) que ha cambiado considerablemente su aspecto: «[…] pues su restaurador, soñando con un templo inmaculado, puro y prístino, derribó todo cuanto a su juicio estorbaba la belleza original del modelo románico»[6], eliminando y añadiendo elementos según su propio criterio (capiteles, arquivoltas,…). Es tal vez el ejemplo más relevante del tema que estamos abordando, de cómo las restauraciones pueden afectar a la historiografía del edificio o como, y lo que es más grave, estas restauraciones pueden pasar por originales. En el caso de Frómista, la iglesia debería ser considerada neorrománica más que románica, pues el aspecto que presenta en la actualidad responde al ideal que en aquel momento tenía el restaurador sobre lo que debía ser un edificio románico.

San Martín de Frómista

San Martín de Frómista, antes y después de su restauración.

Aunque todos estos ejemplos nos sirven para ilustrar cómo las intervenciones modernas pueden afectar en el estudio científico de un edificio, no es menos cierto que también nos sirven para plantearnos la pregunta de si el visitante, al enfrentarse a él, es capaz de identificar un edificio restaurado o si, por el contrario, piensa que se trata del original. Para una mirada no educada en este sentido no es fácil distinguir un elemento añadido de uno original, seguramente porque ni siquiera se pare a buscar las partes originales ya que parte de la base de que todo lo es (como es lógico, por otro lado, ya que debería ser la comunidad científica quien le avisara de lo contrario si así fuera el caso).

Es este un problema que ha creado un conjunto de monumentos con una imagen falseada de la que no siempre somos conscientes y cuya solución pasaría, primero, por una profunda investigación dentro del campo científico para, más tarde, pasar a través de labores divulgativas al público en general.

Referencias

[1] GARCÍA CUETOS, M. P. (2009): Humilde condición. El patrimonio cultural y la conservación de su autenticidad. Trea, Gijón. P. 24.

[2] Ibidem. P. 27.
[3] “Una historiadora reconstruye la reinvención de la iglesia del monasterio de Santa María de Ripoll”, en El País, 7 de enero de 2001: http://elpais.com/diario/2001/01/07/catalunya/978833260_850215.html.

[4] MARTÍN-BUENO, M. y SÁEZ PRECIADO, C. (2000): “El palacio de La Aljafería a través de sus intervenciones”, en Aragón en la Edad Media, nº 16. Pp. 508.

[5] Ibidem. P. 509.

[6] “El neorrománico de Frómista”, en ArteHistoria: http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/contextos/7060.htm