Paul Delvaux, Las Sirenas, 1979, Metropolitan Museum of New York.

Paul Delvaux, Sirenas, 1979, Metropolitan Museum of New York.

Es inherente al ser humano el interés en la búsqueda de la belleza, pero no solo entendida por su cualidad estética -armonía y equilibrio en las formas- sino también como esfuerzo y logro en nuestros cometidos, o como empatía en nuestras relaciones con los demás. Es decir, la belleza no solo entendida como forma, sino también desde su aspecto moral y emocional. En este sentido, podríamos confirmar que todas estas características de la belleza se encuentran desarrolladas en la pintura de Paul Delvaux.

Desde una primera mirada a su obra se aprecia la destreza de su pincel, su riqueza iconográfica, su interés por el detalle, en resumidas cuentas una exquisita factura en el acabado de sus obras. Todos estos integrantes son los que conforman esa cualidad formal de la belleza en su pintura.

Paul Delvaux, El Túnel, 1978, Museo Paul Delvaux, Bélgica

Paul Delvaux, El túnel, 1978, Museo Paul Delvaux, Bélgica.

En cuanto a la cualidad emocional, vendría dada por el interés del pintor en concebir a la pintura como poesía, en el sentido de que ésta no tiene tanto la finalidad de relatar, como de expresar emociones, uno de los a priori desde donde se construye la pintura de este creador.

La pintura no es únicamente el placer de darle color a un cuadro. Es también expresar un sentimiento poético (…); lo que me interesa es la expresión plástica, el redescubrimiento de la poesía en la pintura, algo que se había perdido desde hacía bastantes siglos. Paul Delvaux.

Paul Delvaux, El retiro, 1973, Hermitage, San Petersburgo.

Paul Delvaux, El retiro, 1973, Hermitage, San Petersburgo.

En lo referente a su cualidad moral, el pintor recoge la herencia del pensamiento del mundo antiguo. Para la antigüedad griega, toda creación arquitectónica se basaba en el número y en la proporción, esto derivó en lo que hoy conocemos como proporción áurea, una formula que se aplicaba a la hora de diseñar cualquier espacio o elemento arquitectónico de las construcciones griegas. Esta fórmula establecía una relación de proporcionalidad de cada una de las partes con el todo en cualquier construcción. Esta práctica dio lugar a una arquitectura dotada de armonía y ritmo, dos condiciones imprescindibles para que esta fuese bella. La arquitectura al estar fundamentada en la medida y en el número, por tanto en la razón y en el orden, se la dotó con la cualidad de la verdad. Esto se hizo extensible también a la escultura -además ésta se representaba siempre desnuda, como símbolo de verdad- de esta forma, los griegos llegaron a la conclusión de que una obra que es bella y verdadera es eterna, otorgándole una dimensión moral a la arquitectura. En este sentido el aspecto moral en la pintura de Delvaux viene dado por ese telón de fondo construido con una arquitectura clásica.

Paul Delvaux, Pompeya, 1970, Paul Devaux Museum, Bélgica.

Paul Delvaux, Pompeya, 1970, Paul Devaux Museum, Bélgica.

Creo que Balthus tenía mucha razón cuando en sus memorias habla de lo que él denomina la Gran Pintura, esa pintura que comienza con Piero della Francesca y termina en el siglo XX, en la cual se incluye indiscutiblemente la pintura de Paul Delvaux. Ambos fueron artesanos de la pintura, donde el oficio tuvo más importancia que el protagonismo del pintor. Artistas que han superado ese prejuicio heredado del romanticismo, esa práctica de la subjetividad, del culto al yo, con grandes dosis de introspección que termina jugándole muy malas pasada al ego. Hecho que revierte negativamente en los artistas y sus obras.

La emoción, en la obra de este pintor se construye con la irresistible sensación de la atracción que consigue con su exquisita elección del color. Con la sensualidad de la posición o desnudez de las mujeres, de sus tocados, de sus ropajes. Con la incomunicación de los personajes poniéndolos en una situación ilógica, retándonos a descifrar. Todo ello tiene como resultado una imagen intensamente desconcertante, que intentamos aprehender pero que se nos escapa irremediablemente. Es precisamente aquí en donde está el gozo de esta pintura, todo parece ser reconocible pero evidentemente inexplicable. Es el insondable enigma sin resolver, que hereda de forma inteligente de la pintura y del pensamiento metafísico de Chirico, pero que Delvaux particulariza con una cierta dulcificación, atrapándonos quizá más por los sentidos que por el intelecto.

Cada cuadro del Delvaux lleva intrínseco una cuidada puesta en escena, su pintura vestida siempre con un marcado carácter escenográfico nos invita a un diminuto teatro, en donde sus figurantes se posicionan con sensualidad contenida, ausentes, elegantes, solitarios. Estas escenas están siempre perfectamente iluminadas, al igual que las escenas del cine clásico. Esto le confiere una indiscutible cuota de modernidad, ya que utiliza recursos de otros medios de expresión como el cine, novedoso y contemporáneo a su vida.

Paul Delvaux, El canapé azul, 1967, colección particular.

Paul Delvaux, El canapé azul, 1967, colección particular.

Todas las características de las que hemos hablado y que definen su obra se podrían encontrar compendiadas en su cuadro El Canapé azul. Al analizar esta obra la primera impresión que nos llega es la de una atmósfera inquietante, nocturna, turbadora, pero sin embrago atractiva. En la escena principal magníficamente iluminada predomina el color azul, en contraposición a la carnalidad blanca y la capa roja. Nada explica lo que sucede, solo percibimos la emoción que produce el desconcierto. Esta extrañeza viene dada por la construcción de un espacio diversificado, si a esto le sumamos la presencia de las mujeres (figurantes como las llama el propio Delvaux) con sus miradas ausentes y sin relación alguna entre ellas, el misterio crece. Una puerta abierta, una escalera ¿A dónde nos lleva?, ¿Qué esperan ellas? En el segundo plano, un túnel poco iluminado y una calle vacía en penumbra, son las piezas que terminan por perfeccionar esta perturbadora escena.

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