Claudio de Lorena, Marina con Ezequiel llorando sobre las ruinas de Tiro, 1667, Colección del Duque de Sutherland.

Claudio de Lorena, Marina con Ezequiel llorando sobre las ruinas de Tiro, 1667, Colección del Duque de Sutherland.

Enraizado en el sustrato clásico del que brotó la Ilustración, el pensamiento de Addison rebasó las normas estéticas de su tiempo para asentar las bases de lo que será el movimiento romántico progresivamente desarrolladas a lo largo del siglo XVIII.

La Inglaterra del setecientos es la cuna del pensamiento empírico; dentro del cual podemos situar a Joseph Addison, y más concretamente, podemos clasificarlo dentro de la vertiente analítica, que relaciona el análisis psicológico con la antropología, la naturaleza de la percepción y el conocimiento; y además, intenta vincular los estados sensoriales y emocionales con las ideas que nos formamos.

En las teorías de Addison está muy presente la figura de Locke, pero también parte de la idea cartesiana para elaborar su pensamiento, modificándola ligeramente e introduciendo nuevos elementos.

Descartes pensaba que el hombre estaba compuesto de dos esferas:

  1. Una superior que correspondía al entendimiento, que alberga la razón.
  2. Una inferior donde dominan las pasiones provocadas por lo que captan los sentidos.

La unión de estos dos mundos contrapuestos se resuelve a través de la estética, gracias a la cual los sentidos se transforman en percepciones calculadoras e inteligentes, dejando de ser meros instrumentos de los instintos. El arte, según Descartes, se situaría entonces en la intersección formada por la esfera superior –que sería la idea o inspiración artística- y la inferior –materialización de esa idea en objeto artístico-.

Para Addison en cambio, la mente humana comprende tres esferas:

  1. En la superior también reside el entendimiento, donde se hallan el juicio y el pensamiento.
  2. A la inferior, o de los deleites sensuales, pertenecen todos los sentidos a excepción de la vista.
  3. La esfera intermedia, que él llama imaginación, es producto de nuestras percepciones visuales.

Según Addison, la vista es el más perfecto de nuestros sentidos quizás porque sea el único que no precisa contacto con el objeto para aprehenderlo. De ahí que, al ser lo que podríamos llamar el «sentido más intelectual» de los cinco que poseemos, se sitúe en la esfera intermedia entre los demás sentidos y el entendimiento.

Es por ello que define a los placeres de la imaginación como aquéllos «que nos dan los objetos visibles… que tenemos actualmente a la vista». Hace además una distinción entre los placeres primarios y los secundarios; los unos son los placeres que derivan del objeto en sí, y los otros provienen de los objetos que sin estar presentes están de alguna manera representados en pintura, estatuas o descripciones a través de las que recordamos.

En su ensayo, se propone explorar las fuentes de las que emanan los placeres de la imaginación o, lo que es lo mismo, indagar sobre las tres causas por las que ciertos objetos mueven «fuertemente nuestras pasiones»: lo bello, lo grande y lo singular, asentando así las bases de las tres poéticas que el Romanticismo desarrollaría posteriormente, es decir, lo bello, lo sublime y lo pintoresco. En Los Placeres de la Imaginación todavía se mezclan estas tres cualidades y por lo tanto sus definiciones son aún difusas. Sin embargo, también es verdad que se establecen entre ellas, algunas distinciones.

En posteriores artículos desarrollaremos profusamente estos tres conceptos sobre lo bello, lo sublime y lo pintoresco. Hasta entonces puedes consultar otros artículos relacionados en este enlace.

(*) Imagen: Wikimedia Commons. Public Domain.