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Tracey Emin, My Bed, 1999. (*)

La deshumanización del arte, de Ortega y Gasset, arranca con una reflexión sobre el arte desde un punto de vista social. En ella destaca la “idea genial pero mal desarrollada” del pensador francés Guyau, que intenta estudiar el arte desde un punto de vista sociológico. Ortega critica el enfoque del estudio de Guyau porque el campo sociológico para estudiar sería muy amplio y ajeno a los estilos o la esencia estética.

Pero lo cierto es que, a pesar de que los cambios en las tendencias estilísticas puedan parecer una mera cuestión estética (e incluso me atrevería a decir formal), no podemos olvidar el factor clave de estos cambios: la sociedad y sus propios gustos. Al fin y al cabo ¿qué es el arte sino una creación ilusoria de la humanidad, un fenómeno colectivo e histórico, que hasta que no es percibido socialmente no existe como tal?

Del rechazo social a la aceptación

Los cambios siempre producen reacciones, rechazos, críticas… pero en general acaban siendo asumidos por esta sociedad cambiante (aunque, como veremos, en el caso del arte contemporáneo no hay una aceptación social total). Lo que una vez fue considerado como un insulto a la tradición artística y una bofetada al buen gusto (hasta el punto llegar a ser llamados, por ejemplo, “fieras”) termina siendo aceptado y muchas veces acaba formando parte de la propia tradición artística. Así, por ejemplo, los Readymades de Marcel Duchamp, que en su día fueron auténticos escándalos, ahora son clásicos de la historia del arte: su urinario es todo un icono artístico.

De la popularidad del arte

Por lo que respecta al arte de vanguardia, hay que distinguir entre lo que es popular y lo que es impopular: “el arte nuevo tiene a la masa en contra y la tendrá siempre”, es antipopular. Mientras que cuenta con una elite burguesa que lo acepta, una mayoría lo rechaza.

Aunque algunas obras –como ya indiqué antes– acaban por convertirse en verdaderos iconos sociales (el Guernica de Picasso, las Sopas Campbell’s de Andy Warhol), el arte realizado desde el fin de las vanguardias hasta la actualidad no llega a las masas por su dificultad de ser entendido.

Esto se debe a que el arte no puede ser social cuando solo corresponde a los estados anímicos, alucinaciones o paranoias de un artista. Un artista que, además, se mueve por intereses fundamentalmente económicos y muchas veces bajo las directrices de un astuto marchante.

Del elitismo del arte

Es curioso que cuando se organizan visitas a galerías o museos como, por ejemplo, el Guggenheim de Bilbao la frase que más se escuche sea: ¿y esto es arte? Y no me extraña porque ¿qué puede decir una persona cuando ve colgado un lienzo blanco, o esparcido un montón de basura, o cuando, agotado de tanta cultura, se sienta en un banco sin saber que no es un banco, sino una pieza minimal?

Es duro, pero realmente el arte contemporáneo –sobre todo el que se está haciendo en nuestros días– está enfocado a una elite. Dicha elite es receptora por un motivo muy importante: el arte es un negocio, no solo como inversión o por coleccionismo, sino también como una refinada forma de snobismo.

Últimamente lo he visto en exposiciones como, por ejemplo, las del vídeo-artista iraquí Soja Azari, en las que había obras cargadas de significado, muy críticas y hasta comprometidas que han suscitado en mí gran interés, pero muchas resultaban complejas, llenas de metáforas y conceptos, claramente dirigidas a un público de un cierto nivel cultural.

No digo con esto que tengamos que volver al clasicismo, ni mucho menos, para que el público vea obras bellas que satisfagan sus gustos, pero creo que falta una labor de divulgación más extensa del arte que se está haciendo ahora, un acercamiento para hacerlo más comprensible y accesible.

Y como el arte es un fenómeno que no puede separarse de la sociedad: ¿esto es realmente arte cuando solo se dirige a un sector muy limitado de la sociedad, hasta el punto de causar una gran indiferencia a la mayoría?

De la división social del arte

Ortega y Gasset insiste en el poder que tiene el arte para incidir en la sociedad y dividirla. Para él se trata de un arte clasista, que marca esa fuerte división entre los que sí lo entienden y los que no. Y es esta dificultad de comprensión, por encima del propio gusto, lo que hace del arte vanguardista un arte minoritario que distingue y representa a los “mejores” resaltando su superioridad sobre la masa, los “vulgares”. La problemática es que la mayoría no lo entiende.

Esto se extiende a todos los campos artísticos:

  • Artes plásticas: con la creación de obras que no trataban de conectar con las clases bajas. Salvo el Realismo Social de la vanguardia soviética, ningún grupo vanguardista realizó obras con un trasfondo social o político.
  • Literatura: con los extravagantes e incomprensibles poemas paroliberos de los futuristas italianos, que reivindicaban la autonomía de la palabra, o con los oníricos escritos surrealistas.
  • Cine: con el cine de autor o independiente tan conceptual, metafórico y a veces pretendidamente ininteligible.
  • Teatro: con las obras teatrales existencialistas como Esperando a Godot de Samuel Beckett, que podríamos calificar de nihilismo en su máxima expresión.
  • Música: con movimientos como el Dodecafonismo y compositores como Schönberg o Ligeti, que producían piezas que incluso hoy en día pueden resultar “insoportables” para el oído no acostumbrado.

De la conceptualización de los sentimientos

Junto a lo que ya indicamos anteriormente tenemos otro motivo: no representa unos sentimientos particulares con los que la gente pueda identificarse y emocionarse. En el arte nuevo se trata la representación del concepto de cada sentimiento (del amor, del odio, del dolor…) que el gran público no llega a entender.

Ya no son sentimientos concretos, representaciones ilustrativas de una historia, un mito o una narración, como se podía dar en el arte tradicional. Igual que los niños prefieren ilustraciones en sus cuentos, el público prefiere un Velázquez a un cuadro abstracto porque les dice mucho más que ese cúmulo de manchas y pinceladas. Podríamos decir que al público general no le interesa una representación del concepto amor, sino una escena en la que se represente el amor concreto entre dos personas. Como dice Ortega:

La sociedad llamará arte al conjunto de medios por los cuales le es proporcionado ese contacto con cosas humanas interesantes.

Pero el nuevo arte no proporciona este contacto al 98% de la sociedad, no invita a su participación y, por tanto, es rechazado. Se trata de realidades generales y no individuales.

Son conceptos abstractos, personales, que proceden de la visión de cada artista y nosotros debemos interpretarlos “libremente”. Es arte de la espiritualidad personal de cada artista, de ahí su dificultad y el rechazo que puede suscitar. El público se siente ofendido con las obras contemporáneas porque “atacan” a su concepto tradicionalista del arte.

De lo estético en el arte

Esto en lo referente a la llamada percepción espiritual, pero “el objeto artístico solo es artístico en la medida en que no es real”. Por tanto, debemos ir más allá a la hora de juzgar una obra y no omitir la percepción estética, ya que el público general suele tender a fijarse solo en la realidad humana que refleja sin reparar en la propia obra.
Como señala Ortega: “en todas las épocas que han tenido dos tipos diferentes de arte, uno para minorías y otro para la mayoría, este último fue siempre realista”. Esto es así porque este tipo de obras más que arte son extractos de vida, el reflejo de las pasiones humanas, de los acontecimientos, y para apreciarlas no se necesita una sensibilidad artística, sino humana.

De la deshumanización del arte

El arte de vanguardia es fruto de una depuración de esos extractos de vida, con un contenido humano que se reduce a la mínima expresión. Por eso, solo será entendido y apreciado por quien posea la sensibilidad artística: “Un arte para artistas”. Un arte artístico.

La ininteligibilidad del nuevo arte se debe a esa falta de componentes de realidad vivida. Pero esta afirmación no puede ser algo categórico, ya que en las vanguardias no hay una ausencia total de la realidad vivida. Por ejemplo, las obras de Kichner de la serie de Calles muestran conjuntos de figuras “deshumanizadas”, despersonalizadas como zombies. Pero estas figuras de prostitutas del Berlín de principios de siglo, del mundo de los cabarets, no dejan de formar parte de una realidad vivencial aunque reducida a prototipos de vida.

Yo creo que lo que pasa es que en esta cierta realidad vivida falta una referencia a lo concreto, que es lo que realmente llega y gusta al gran público. Y cuando sí hay ese algo concreto, sigue existiendo la dificultad de comprensión. El Guernica –aunque sea un ejemplo exagerado– está más o menos claro que se asocia a los bombardeos durante Guerra Civil, pero al público le falla la comprensión de su iconografía (muy personal de Picasso), la interpretación formal de los elementos de la obra. Sin una explicación, posiblemente ni siquiera se entendería la temática.

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(*) Imágen de portada: wikimedia commons. Creative Commons License.