John Henry Fuseli, La Pesadilla, 1781, Detroits Institute of Arts, Detroit, Estados Unidos

John Henry Fuseli, La Pesadilla, 1781, Detroits Institute of Arts, Estados Unidos.

La gran aportación de Addison a la estética del dieciocho es el desarrollo de estos tres conceptos que aquí se mencionan: lo grande, lo singular, lo bello. Su importancia en este contexto es vital, porque introduce dos categorías nuevas –lo grande y lo singular– junto a lo bello; y aunque sus respectivas definiciones se entremezclan en su ensayo, sienta las bases de lo que posteriormente será la estética romántica. En este artículo, analizaremos el concepto de lo grande y en posteriores artículos desarrollaremos los conceptos de singularidad y de belleza en Addison. (Artículos relacionados: Joseph Addison, una biografía; El pensamiento estético de Joseph Addison).

El concepto de sublime

Para la categoría de lo sublime, Addison partió del concepto que Nicolas Boileau-Despréaux estableció en su Traité du sublime, ou du merveilleux dans le discours (1674). En esta obra Boileau, en realidad, como él mismo advierte en el prefacio, no hace sino traducir, aunque tomándose ciertas licencias, Sobre lo sublime de un escritor griego del siglo I d.C., conocido con el nombre de Longino o Pseudolongino.

En su tratado, Longino se propone, además de mostrarnos qué es lo sublime en el arte de la retórica, indagar sobre las causas que convierten el discurso de un orador en palabras sublimes. Para este autor griego, el lenguaje sublime no sólo persuade sino que conduce a los que lo escuchan al éxtasis, pues eleva sus espíritus transportándolos.

Para empezar, Longino se cuestiona que lo sublime pueda someterse a una serie de reglas; para ello distingue entre belleza y grandeza; y establece dos clases de sublimidad: la falsa y la verdadera.

  • La sublimidad falsa: es producida por aquellos que pretenden ser sublimes pero que, al no estar inspirados en el furor báquico, se valen de un falso entusiasmo buscando lo raro, lo artificial y lo agradable, dando como resultado un estilo chillón, afectado y frío.
  • La sublimidad verdadera: por el contrario, es una emoción objetiva –dice Longino- cuyo recuerdo es duradero e indeleble y agrada siempre a todos; surge allí donde existen grandes y nobles pasiones y tiene como mejor medio engendrador a la imaginación .

Menciona también, por si fuera poco, las tres fuentes de la admiración (lo bello, lo grande y lo extraordinario) sobre las que Addison fundamentará los pilares estéticos de sus Placeres de la Imaginación. Y los cinco requisitos necesarios para producir algo sublime:

  1. El talento.
  2. La pasión vehemente y entusiasta.
  3. La formación de figuras.
  4. La noble expresión.
  5. La composición digna y elevada.

Addison toma estas figuras retóricas y las traslada al lenguaje visual. Longino habla del discurso de Demóstenes como grandes masas de montañas, riscos y precipicios elevados; pues bien, Addison, dice que ante la magnificencia de tales parajes caemos en un asombro agradable y sentimos interiormente una deliciosa quietud y estupor. De aquí viene el «agradable horror», término con el que describe las consecuencias psicológicas de los sublime.

Longino en su Sobre lo sublime nos decía que la mejor figura retórica era aquella que pasaba desapercibida, y por ello lo comparaba con el claroscuro en pintura, ya que el oscuro destaca la luz:

Pues aunque se coloquen la sombra y la luz en un mismo plano una junto a la otra, no obstante, la luz salta a la vista y no sólo se destaca extraordinariamente, sino que también parece que está mucho más cerca.

Addison, como Longino, considera que el drama debe producir en el espectador emociones como la piedad y el terror pues, como escribe luego en The Spectator:

Si consideramos la naturaleza de este placer, hallaremos que no nace tanto de la descripción de lo terrible como de la reflexión que hacemos sobre nosotros mismos al tiempo de leerla.

Para explicar esto, añade casos visuales:

Mirando objetos de esta clase nos complace no poco la consideración de que no estamos á peligro de ellos… por esta misma razón nos deleita reflexionar sobre los peligros ya pasados, ó mirar de lejos un precipicio, y uno y otro nos llenaría de terror, si les viésemos pendientes sobre nuestras cabezas.

Establece entonces, una distancia entre el observador y el peligro que, por desarrollarse en una obra de arte aunque verosímil es irreal, y como tal nos permite disfrutarlo. Posteriormente, este juego entre lo potencialmente verosímil y lo real se explotará llegando a ser casi una constante de la literatura romántica; y en lo visual, esta manipulación de lo real encontrará su más clara correspondencia en La Pesadilla (1781) de John Henry Fuseli.

El significado de lo sublime

A todas éstas, cabe preguntarse cuál es el significado que Addison atribuye al término sublime y cuál ha sido la evolución del término a lo largo del tiempo. Sabemos que lo sublime, tuvo desde un principio diferentes acepciones que, con el tiempo, se fueron transformando para acomodarse a los distintos usos y significados.

En su origen, sublime significaba transportar, elevar, purificar, convertir algo en algo mejor. También, como se refleja en el tratado de Longino, aludía a una manera de escribir por la cual, siguiendo una serie de artificios retóricos, se conseguía un estilo inmejorable. Desde la Edad Media, sublime se usaba también para describir el proceso de transformación de la materia, de sólida en vapor; o en otras palabras, era el fenómeno químico por el cual se separaban los componentes más finos de una materia de los más pesados, éstos quedando abajo y los otros elevándose.

Esta acepción medieval del término sublime tiene que ver con la propia esencia humana, compuesta de cuerpo material y alma volátil, puesto que el hombre no es más que la materialización de lo divino. La muerte, en este sentido, no sería sino el medio por el cual nuestra parte más pura (la divina) se separaría de la más pesada o impura.

Incluso todavía en el siglo XVII se seguía utilizando esta acepción y en el XVIII Addison optó claramente por defender la mutua independencia entre la explicación científica y la divina. De aquí precisamente, partirá su defensa de ciertos fenómenos sobrenaturales y, por lo tanto, sublimes.

Con Boileau, lo sublime deja de ser entendido únicamente como el estilo perfecto que defendían sus coetáneos neoclásicos llegando a usarse también para denominar «algo extraordinario y maravilloso que nos hiere en un discurso y lo hace elevado y capaz de raptar y transportar nuestro espíritu». Lo sublime en Longino –dice Boileau- debe ser entendido como aquello que es extraordinariamente sorprendente .

Indudablemente desde Longino, lo sublime tiene un sentido místico y religioso, puesto que no sólo refleja cualidades y aspectos de la divinidad sino que nos conduce hacia ella. Percibiendo lo sublime no hacemos sino percibir a la propia divinidad, puesto que no hay nada más sublime que Dios. Este Dios será entendido, tanto en Addison como en Boileau, dentro del marco religioso cristiano. Así, por ejemplo, el propio Addison recoge este sentido trascendental religioso de lo sublime y a través de él justifica el placer que el hombre siente ante todo lo grande

Una de las causas finales del placer que sentimos en las cosas grandes, puede ser la esencia misma del alma del hombre, que no encuentra su última, completa y propia felicidad sino en el Ser Supremo.

La visión que Addison tiene de la naturaleza ha de ser entendida desde las premisas bajo las que Boileau interpretó el pensamiento sublime, es decir, como una materialización del Creador, de ahí que al contemplar sus grandezas, contemplemos, en realidad, la grandeza de Dios.

La diferencia entre el prerromanticismo de Addison y el posterior Romanticismo radicará en la transposición del ídolo: el hombre sustituirá a Dios y con ello, veremos que lo sublime se desliga de lo religioso.

Referencias

ADDISON, Joseph: Los Placeres de la Imaginación, [Tonia Raquejo ed.], Visor, Madrid, 1991.

BOZAL, Valeriano: Historia de las ideas estéticas y de las teorías estéticas contemporáneas, Visor, Madrid, 1996.

BURKE, Edmund: Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, Tecnos, Madrid, 1985.

(*) Imagen: Wikimedia Commons. Public Domain.