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Ricardo Macarrón, Retrato del Barón Thyssen. (*)

El pasado 26 de abril se cumplieron 10 años de la muerte de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, conocido por todos nosotros como el barón Thyssen y considerado como el mayor coleccionista privado de todos los tiempos. Por ello, en CROMA Comisarios Culturales queremos aprovechar la ocasión para recordar su figura.

Si entendemos el coleccionismo como un arte en sí mismo, es decir, como un acto de creación para el cual es necesario tener talento, sensibilidad, intuición, y sobre todo, pasión por el arte, debemos hablar del barón Thyssen como de un hombre que reunía todas estas cualidades.

Sin embargo, se dice que Heini no heredó un especial gusto natural por el arte de su padre Heinrich, a pesar de haberlo “mamado” rodeado durante toda su niñez de cuadros en todas las casas que atesoraba su familia. Ni siquiera en su adolescencia se sintió atraído por los asuntos artísticos; “sólo los inquietantes días de la guerra, pasados en Villa Favorita junto a los cuadros, consiguieron despertar su sensibilidad hacia la belleza, que con el tiempo llegaría a ser legendaria”.

“No me educaron para el arte ni los negocios. Nadie me dijo cómo mirar un cuadro”. Estas palabras del propio Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza dan la razón a aquello que podríamos decir como que un coleccionista no nace, se hace. En efecto, el barón se encontró con 26 años ante una herencia artística que no todos hubieran sabido apreciar, ni gestionar, como él lo hizo. A flor de piel, frente a los cuadros, el barón aprendió a amar la pintura, desarrollando a largo de décadas un gusto muy personal. Su manera de coleccionar –autodidacta y movido por el corazón- le convertiría en un magnífico coleccionista.

Sólo los inquietantes días de la guerra, pasados en Villa Favorita junto a los cuadros, consiguieron despertar su sensibilidad hacia la belleza, que con el tiempo llegaría a ser legendaria

Su forma de adquirir obras de arte, un tanto excéntrica y aparentemente caprichosa, escondía tras de sí a un verdadero enamorado del arte, que el tiempo, el estudio y la contemplación habían engendrado en el barón un sentimiento de obsesión hacia la belleza de los cuadros. Sólo deseaba poseer esos “tesoros” para disfrutar de ellos y exponerlos en su residencia suiza de “Villa Favorita”.

Nunca mostró interés en especular con esas obras en el mercado –que podía haberlo hecho como buen financiero que era- ni condecorar constantemente su posición social, que tampoco lo necesitaba. Respetó siempre las reglas del mercado legal del arte, y buena muestra de ello es que su lugar preferido para la adquisición de pinturas eran las casas de subastas y las galerías de arte. El periodo en que ejerció su labor como coleccionista, la segunda mitad del siglo XX, fue una época propicia para ello. Fueron décadas en que el coleccionismo privado alcanzó su máximo desarrollo y apogeo de la Historia gracias a factores como el establecimiento de las democracias occidentales, el florecimiento internacional de un rico mercado del arte y el gran ascenso social de clases medias y altas.

No me educaron para el arte ni los negocios. Nadie me dijo cómo mirar un cuadro

Pierre Cabanne afirma que hoy día “asistimos a una eliminación progresiva del coleccionismo, no tanto por dificultades dinerarias cuanto por la desaparición de una idea aristocrática del arte”. Y se refiere a la idea de coleccionar arte por gusto, por pasión, por verdadera vocación, que es precisamente la motivación que movía al barón Thyssen y que constituye un sentimiento de coleccionista puro y auténtico, cada vez más lejos de la predominantemente especulativa y oportunista forma de coleccionar arte de estos últimos años.

Heinie, es decir, Hans Heinrich Thyssen fue un hombre carismático y discreto a su vez, supo aprovechar de forma inteligente su acaudalada posición económica para desarrollar su pasión por coleccionar pintura, pero sobre todo, un personaje con una gran sensibilidad hacia el arte, grandes dosis de intuición, y con un profundo deseo por hacer algo importante, por trascender generosamente en la historia de la pintura.

El maravilloso Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid es el resultado final de una larga tradición coleccionista -la de la saga familiar de los Thyssen durante todo el siglo XX- que el último de ellos, Hans Heinrich Thyssen, supo consolidar y enriquecer junto a su última mujer, la española Tita Cervera. Un guiño del destino, el afán de Hans y Tita por preservar unida la colección y la acertada oferta del estado español para acoger esta colección en Madrid fueron los principales elementos que contribuyeron a este magnífico hecho.

(*) Imagen de Portada: ©Ciudad de la Pintura.