Ya hemos comentado que el germen de los Museos Capitolinos se encuentra en una donación papal. En 1471, Sisto IV entregó al pueblo romano una de las colecciones más interesantes que conservaban, la de los grandes bronces del Palazzo Lateranense. Estos eran la Loba capitolina, el Espinario, el Camillo y la Palla Sansonis, que se corresponde con la cabeza de Constantino, a la que se acompañó de la mano y el globo. Constantino era una figura especialmente relevante, puesto que al ser el primer emperador cristiano, simbolizaba la continuidad entre el mundo clásico y el cristiano.

Grandes bronces

Sala de los grandes bronces, Museos Capitolinos, Roma.

Escultura loba capitolina

Loba Capitolina y Fasti Capitolini.

Precisamente a este hecho se debe que haya llegado hasta el presente la estatua ecuestre de Marco Aurelio que preside la plaza del Capitolio, ya que se confundió a este emperador con Constantino y por ello se salvó de la fundición.

El hecho de que el cristianismo no acarreara un cambio político, sino una evolución desde el interior de la estructura imperial, motivó que el hombre medieval se viera a sí mismo como un continuador del mundo antiguo y no se percatara de la gran distancia que los separaba. Por ello (entre otros motivos, por supuesto), entiende que los vestigios paganos deben ser reutilizados, actualizados. La idea de mantenerlo todo tal cual es como si ahora compras un piso que tenga cincuenta años y dejas su instalación eléctrica, su cocina y sus persianas tal cual. Nadie, en el presente, haría tal cosa, ¿por qué entonces nos extraña la forma de actuar de hace mil setecientos años, cuando la conciencia histórica apenas había comenzado a desarrollarse?

grandes bronces y templo de jupiter

Sala de los grandes bronces, Museos Capitolinos, Roma.

Sin embargo, cuando llega el humanismo ya ha transcurrido el tiempo suficiente para poder apreciar estas diferencias. El hombre antiguo está lejos y es distinto al medieval (por supuesto, con otra terminología), por lo que el interés hacia los vestigios de la Antigüedad romana ya no se enfocan dentro de la idea de reutilización, sino con un afán coleccionista y anticuario, de acercarse a los restos materiales de ese periodo de la historia tan fascinante.

No obstante, la Iglesia se había adelantado y a lo largo de la Edad Media había ido acumulando y protegiendo una serie de obras de arte clásicas que conformaban el thesaurus Romanitatis. Entre ellas, destacaba la colección de bronces que Sisto IV regaló al pueblo de Roma, eligiendo como lugar de exposición uno de los lugares más emblemáticos de la Antigüedad, el Capitolio.

De esta manera, además, devolvía a este espacio su carácter religioso y afirmaba su autoridad sobre el poder civil, ya que sus dos organismos principales, los senadores y los conservadores, se habían establecido en la plaza.
Desde este momento y durante la primera mitad del siglo XVI, se fueron añadiendo otras esculturas a los soportales, como el Hércules del Foro Boario y las alegorías de los ríos que proveían de las Termas de Caracalla y que ahora flanquean la fuente del Palazzo Senatorio. En 1566, Pío V donó al pueblo romano unas 150 esculturas, con la idea de sacar del Vaticano a los dioses paganos. En el siglo XVII se ralentizó el proceso, a la vez que se iban desarrollando las grandes colecciones aristocráticas.

La creciente colección se iba colocando en la fachada y la torre del Palazzo Senatorio y en la planta baja del Palazzo dei Conservatori, dejando las de mayores proporciones en el patio. A su vez, se iban remodelando los edificios y se proyectó un tercero, el Palazzo Nuovo.

En 1733, Clemente XII adquirió la colección Albani, compuesta por 418 esculturas, y la expuso en el nuevo edificio de la plaza, comenzando así su labor como museo. Hasta entonces, se habían utilizado sus salas para descargar el Palazzo dei Conservatori, pero no de una forma sistemática. Se dispusieron siguiendo los criterios de exposición actuales, a la vez que se restauraban haciendo reintegraciones sin base documental. A partir de estos momentos, se sucedieron las donaciones y las adquisiciones, lo que motivó que se creara un itinerario.

En 1771, dentro del propio Vaticano se abrió el Museo Pio Clementino, desviando de esta manera la atención del papado hacia la nueva sede. Así, cesaron sus grandes donaciones.

No obstante, uno de los peores momentos que ha vivido la institución fue en 1797, cuando por el Tratado de Tolentino muchas de sus principales obras, como el Bruto, el Espinario o el Gálata moribundo, fueron enviadas a la Francia napoleónica. No fue hasta después de su muerte en 1815 y gracias a la constante labor de Canova que las esculturas fueron devueltas.

En 1838, el papado entregó el museo a la magistratura cívica, no sin antes recuperar la colección egipcia. Desde esos momentos la colección, que ya pertenecía nominalmente al pueblo romano, pasó a ser gestionada por sus órganos de gobierno.

Cuando, en 1870, Roma se convierte en la capital de la unificada Italia, los alrededores de la ciudad sufren un proceso de dotación de nuevos espacios, tanto vinculados con su nuevo cargo como para dar alojamiento al creciente número de ciudadanos. Estas construcciones sacan a la luz una numerosísima cantidad de obras arqueológicas, que fueron aumentando la colección capitolina.

En 1940, además de comunicarse subterráneamente los tres edificios mediante la Galleria Lapidaria y de pavimentar la plaza siguiendo el diseño de Miguel Ángel, se procedió a limpiar las laderas de la colina para hacerla sobresalir como un ente aislado. Durante este proceso aparecieron un gran número de piezas, especialmente de época republicana y de los primeros años del imperio, que pasaron a engrosar la nómina de obras de los museos, junto a los restos que se iban hallando en otras excavaciones, tanto en el Monte Celio como en el Area Sacra di largo Argentina.

La Pinacoteca Capitolina

La colección comenzó en época de Benedicto XIV, cuando el cardenal Silvio Valenti Gonzaga adquirió en 1748 parte de la colección de los marqueses Sacchetti, compuesta por 187 pinturas, y en 1750 un cuarto de la colección del príncipe Giberto Pio, en total 126 cuadros. Ambas colecciones se situaron en el Palazzo dei Conservatori.

Al interés coleccionista se unió afán por evitar que las obras se vendieran fuera de Roma, empobreciéndose así el patrimonio de la ciudad. Resalta igualmente el enfoque didáctico, pues en esos años se instituyó la Scuola del Nudo dell’Accademia di San Luca, para que los jóvenes artistas tuvieran contacto directo con las obras.

A partir de estos momentos, se fueron comprando otras obras y, sobre todo, fue recibiendo donaciones que acrecentaron los fondos pictóricos del museo.

Actualmente, la colección abarca obras desde finales de la Edad Media italiana hasta el barroco europeo, entre ellas el Autorretrato que Velázquez efectuó durante su segundo viaje a Italia. Además, se ha completado con las colecciones de porcelanas y de tapices.

El espacio expositivo

La necesidad de ampliar los espacios expositivos por el aumento de la colección ha sido una constante desde el surgimiento de esta institución.

Sala del museo capitolino

Desde finales del siglo XV, se fueron adaptando los edificios existentes, el Palazzo dei Conservatori y el Palazzo Nuovo, haciendo que las zonas dedicadas a las obras fueran ganando terreno a las otras actividades que albergaban. Ya en el siglo XVI, se proyectó la edificación del Palazzo Nuovo, destinado a contener parte de la colección.

El siglo XX supuso una significativa ampliación de los espacios de exposición de las obras de arte, gracias a la asimilación del colindante Palazzo Caffarelli. Su construcción comenzó en 1538 por Ascanio Caffarelli, en unos terrenos que le había entregado el emperador Carlos V. El edificio se fue ampliando progresivamente hasta 1680, cuando alcanzó sus dimensiones definitivas, unos 20.000 metros cuadrados. Había rodeado el Palazzo del Conservatori, impidiéndole su ampliación.

sala del museo capitolino con bronces

En el siglo XIX, parte del edificio se alquiló a la embajada de Prusia, que a principios del siglo XX era propietaria de todo el inmueble, sin embargo, en 1918 el Estado Italiano la expropió y comenzó a demolerlo, en un afán de borrar el recuerdo prusiano, enemigo de la reciente Primera Guerra Mundial, y con la excusa de rescatar el templo de Júpiter Capitolino, aunque algunos de sus espacios fueron asumidos por el museo.

Entre 1925 y 1930 se creó en estas salas el Museo Mussolini, poco después llamado el Museo Nuovo, el cual mostraba un interesante recorrido por la historia de la estatuaria griega a través de sus copias romanas.

En 1940, se abrieron nuevos espacios gracias a la Galleria Lapidaria que se destinaron, entre otros usos, a la exposición de la colección epigráfica. En 1956 se añade al Palazzo dei Conservatori el Braccio Nuovo para las esculturas republicanas y de los primeros emperadores.

sala del museo capitolino con escultura al fondo

Finalmente, a principios del siglo XXI se inauguró una nueva sede, apartada del Capitolio pero perteneciente a la institución, la Centrale Montemartini. Al principio iba a ser un espacio de exposición de los nuevos descubrimientos y adquisiciones, pero finalmente se convirtió en sede de una colección permanente, envueltas en un contexto industrial que hacen de este espacio un lugar muy atractivo.

Museos, en plural

Otras de las cuestiones más interesantes que nos encontramos al visitar los Museos Capitolinos es que ha sabido mantener vestigios de las diferentes museografías con las que ha presentado su colección a lo largo de los siglos. Así, podemos ver salas que están organizadas siguiendo los preceptos vigentes desde el siglo XVII hasta el presente y, por lo tanto, es también un museo de la historia de sus técnicas expositivas.

Lo mismo ocurre con las restauraciones. Se han mantenido las modificaciones que se efectuaron a los originales en las centurias anteriores, si bien en la actualidad se considera que los criterios que se siguieron no son los más recomendables, ya que tendían a completar las partes perdidas, generalmente sin tener demasiado en consideración cómo habría sido la pieza en su origen.

Sin embargo, hace mucho de esas modificaciones y el museo considera que al eliminarlas se perdería una parte de la historia de los avatares que han vivido las esculturas. Así, al mantener que ya son una parte de su historia.

Unas palabras finales

En conclusión, visitar los Museos Capitolinos tiene una serie de alicientes que lo hacen especialmente interesante aunque, por lo general, tienden a pasar desapercibidos.

Por un lado, nos encontramos en un lugar lleno de Historia, de la que se escribe con mayúscula. Entre otros motivos, no podemos olvidar que fue donde se alojaron los primeros pobladores de la ciudad, gracias al mítico Rómulo; que la palabra moneda se la debemos al templo de Juno Moneta y que sobre él descansan los vestigios el núcleo religioso de Roma, el templo de Júpiter Ottimo Massimo Capitolino, así como del archivo del Estado, el Tabularium, el cual nos ofrece unas espectaculares vistas. El recorrido para celebrar los grandes triunfos militares arrancaba a sus pies, en la Porta Triumphalis, y subía hasta su cima, el culmen del trayecto. Cualquiera de estos ejemplos ya lo harían digno de admiración.

Pero además, se trata del lugar en el que se asentó el primer Comune romano y desde él gobernaron la ciudad medieval. Fue el recinto donde se colocó la Loba, transformándola en el símbolo de Roma, y la única estatua ecuestre de bronce de un emperador romano que había sobrevivido, el Marco Aurelio.

Fue también donde los papas decidieron que se expusieran las obras que devolvían al pueblo, creando la primera colección de obra pública expuesta al público.

Y su interés continúa, pues se encargó a Miguel Ángel que transformara toda la plaza dentro del afán renacentista de crear espacios urbanos completos y armónicos. Desafortunadamente, no llegó a ver la conclusión de su proyecto, ya que se alargó hasta mediados del siglo pasado.

Finalmente, resalta la magnífica colección, que para eso estamos hablando de un museo. La mayoría obtenida por donación papal (muchas fueron adquiridas para este fin), que cuenta con algunas obras indispensables, tanto que a pesar de su paganismo fueron conservadas por la propia Iglesia durante centurias. No sólo son interesantes las propias obras de arte, sino también la forma en la que se nos muestran, conservando los testimonios de sus pasadas restauraciones y de su museografía.

Esperamos que a través de estos artículos hayamos podido sacar a la luz algunas de las cuestiones que lo hacen tan especial.

(*) Imágenes: dvdbramhall, cebete, dkrape, allie_caulfield, MrSnooks. Creative Commons License.