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Caricatura aparecida en la Tribuna de Madrid.

El 24 de septiembre llega al museo un paquete anónimo con una de las arandelas robadas pertenecientes al Tesoro del Delfín. El mismo día ocurre la primera detención: Pablo Baillard sería la primera pista del rastro hacia los culpables. Al día siguiente, un anticuario de la calle San Bernardo se presenta en los juzgados con dos jóvenes, y un puñado de esmeraldas y camafeos pertenecientes al Tesoro del Delfín.

Investigaciones policiales

Ambos jóvenes juraron haberlos adquirido a través de un individuo. Las investigaciones dieron tempranos resultados. Pronto se supo que parte de las joyas robadas habían sido adquiridas por parte de un platero que frecuentaba la Plaza de Santa Cruz, y por el anticuario de la calle San Bernardo. El rastro continuó hacia la persona de Rafael Coba, funcionario del Museo del Prado.

El 12 de octubre, a quince kilómetros de Linares (Jaén), fue detenido Rafael Coba. Estando preso, confesó su culpabilidad como intermediario en la venta, entre los años 1917 y 1918, pero nunca como autor directo. Coba terminó explicando cómo se llevó a cabo el robo: el ladrón se introducía por el patio de máquinas de la calefacción, y subía por las escaleras de hierro y de mano –las escaleras de mano eran utilizadas para la construcción de nuevos pabellones-, abriendo las vitrinas con llaves de aluminio. Coba había conseguido un total de no más de tres mil pesetas con los robos realizados.

La prensa

La prensa, por su parte, señalaba al personal del Museo del Prado, pidiendo sanciones y traslados. La presión mediática significó para el subdirector Garnelo la renuncia al puesto, por no hablar de cuestiones de salud. En cuanto a Villegas, tuvo que ser el director general de Bellas Artes quien exigió su dimisión, la cual no fue aceptada de buen grado por Villegas, quien consideraba que era un juicio injusto.

Los cargos de director y subdirector fueron ocupados por Beruete y Álvarez de Sotomayor, quienes presenciaron los últimos acontecimientos relacionados con el robo del Tesoro del Delfín. Del 15 al 20 de noviembre de 1920, se celebró el juicio contra los culpables del robo: Rafael Coba y su amante Isidra Asunción Rodríguez; los celadores Fernández, Velloso y Varela; y el platero Isidro Arguña.

El juicio

Fue un juicio falto de rigor y de seriedad. Después de interrogar a los culpables y a todo aquel testigo que estuvo relacionado con el Tesoro del Delfín, el jurado declaró lo siguiente: Coba no es responsable directo del robo, sino encubridor. El mismo Coba habló en el juicio del verdadero culpable, un tal Pedro Lara, quien se caracterizaba por tener parte de la falange de un dedo mutilada. El presidente del Tribunal impone a Coba una pena de seis meses y un día de arresto. Sale de la cárcel inmediatamente al cumplir más tiempo del tiempo estipulado en prisión preventiva. Lo mismo ocurre con los demás imputados, que fueron absueltos.

Este juicio no pasó inadvertido, y hubo protestas desde determinados sectores. El 3 de diciembre, el periódico El Sol, publicaba una nota donde se invitaba a firmar en un escrito, el cual pedía responsabilidades. Nombres como Valle-Inclán, Manuel Azaña, Azorín, o Pío Baroja, firmaban el escrito; no aparecían representados los artistas plásticos. El escrito quedaría ignorado por el Ministro de Gracia y Justicia.

Las pérdidas

El expolio significó la pérdida de once piezas, y el deterioro de treinta y cinco de un conjunto que fue concebido por Luis XIV como tesoro dinástico, con un total de seiscientas noventa y ocho piezas, y que ya quedaría fragmentado en su origen antes de llegar a España de la mano de Felipe V, con ciento sesenta y nueve piezas. El conjunto ya había sufrido varios traslados, así como los saqueos ocurridos en 1813 con la ocupación francesa, cuando se perdieron doce vasos, los hurtos de 1918, y la pérdida de un vaso en 1937 con los traslados del Museo del Prado hacia Ginebra en plena Guerra Civil Española, reduciendo el número total de piezas a ciento veinte.

Más allá de lo puramente anecdótico o mediático, e incluso de lo mórbido que implica el robo de un tesoro en las salas de un museo, es preciso fijar nuestra atención en otros asuntos. El robo del Tesoro del Delfín reabrió otros debates intensos, que ocurrían en lugares como el Ateneo de Madrid: el desafortunado reparto de los cuadros del Museo de la Trinidad (anterior Museo Nacional de Pintura y Escultura, disuelto en 1872, y distribuyéndose la mayoría de sus fondos al Museo del Prado); sobre si era preciso que el director fuera un artista o un historiador; sobre si los artistas del museo debían trabajar en horas extraordinarias, y por tanto, si era necesario un tránsito de ayudantes y funcionarios del Museo en horas de cierre, y sin vigilancia. Existe pues una necesidad de salvaguarda de un bien común, a partir de la extraña sensibilidad humana que nos despiertan las llamadas artes.

En la actualidad

Actualmente, este tipo de debates permanecen abiertos, y hoy día, se habla de que sería más práctico la figura de un gestor como director de museo, y no un denominado entendido en la materia; o la especulación de las obras de arte en la actual época de crisis, método más productivo y menos arriesgado que elaborar un plan de robo.

Respecto a las Alhajas del Delfín o Tesoro del Delfín, el conjunto más valioso de la colección de artes decorativas del Museo del Prado -una colección que pasa desapercibida para el visitante, quien busca con ansia a Goya o Velázquez, pero no por eso menos importante-, y una de los conjuntos más importantes del mundo en su género, se encuentra expuesto en una de las salas del Museo del Prado, concretamente en la planta menos uno. Desde Croma Comisarios Culturales animamos al lector a que visite las salas dedicadas a las artes decorativas y nos comente su opinión.

Referencias:

Gaya Nuño, Juan Antonio, Historia del Museo del Prado 1819 – 1969. León, Everest, 1969.