Existe en Barcelona, escondida entre las callejuelas del Raval, una pequeña iglesia románica cuyos muros cargados de belleza nos dicen que para ser espléndido no es necesario ser colosal. Construida en origen en medio de campos de cultivos y huertas (de ahí su nombre), Sant Pau del Camp fue poco a poco absorbida por una ciudad que no paraba de crecer, para quedar finalmente como la podemos ver hoy, en pleno barrio del Raval.
Esta pequeña iglesia era la iglesia de un monasterio del mismo nombre, cuya fecha de fundación se estima a principios del siglo X. Y digo “se estima” porque el único documento que hace pensar que esa es la fecha es una lápida funeraria del conde Guifré II (897-911), razón por la cual se lo supone el fundador de dicho monasterio. Sin embargo, el edificio que vemos en la actualidad debió de ser levantado entre los siglos XII y XIII. En la actualidad solo se conservan la iglesia, el claustro y algunas de las dependencias monacales, estas últimas muy modificadas por el paso del tiempo y el cambio de uso.
El diminuto claustro, por su parte, es una preciosa joya de la arquitectura románica.
La iglesia presenta, con alguna peculiaridad, la típica decoración de arcuaciones propia del Románico lombardo. En primer lugar, aparece en el interior de la nave, cuando lo normal es que esta decoración se reserve al exterior; y en segundo lugar, en la fachada principal aparece duplicada a dos niveles diferentes, en lugar de aparecer solo debajo de la cornisa, como es habitual.
Aparte de estas peculiaridades ornamentales, dos son los elementos más relevantes del conjunto: la fachada principal y el claustro. La fachada principal del recinto es sencilla, pero no por eso carente de belleza. Llaman la atención los dos capiteles que flanquean la puerta con sus correspondientes frisos, pues se trata de piezas tardoantiguas reaprovechadas de otras construcciones. El tímpano nos muestra a Cristo junto con Pedro y Pablo y, al exterior de las arquivoltas, se representa el tetramorfos. Remata este conjunto la imagen de la mano bendiciendo.
El diminuto claustro, por su parte, es una preciosa joya de la arquitectura románica. De él, lo más llamativo son sus arcos polilobulados, que curiosamente son trilobulados en dos de las galerías y pentalobulados en las otros dos. Esta decoración es muy original y casi única dentro de la arquitectura románica, y seguramente se inspire en la arquitectura islámica. También dentro del claustro, es necesario detenerse en la sala capitular (donde se encuentra la lápida sepulcral de Guifré II) y en el conjunto escultórico que componen los capiteles que sustentan los arcos (en su mayoría con decoración vegetal, pero también los hay figurativos e incluso historiados en uno de los ángulos).
En una ciudad en la que el turismo cultural queda eclipsado por la arquitectura modernista –especialmente la de Gaudí– y los grandes museos, resulta reconfortante saber que aún quedan sitios mágicos por descubrir. Alejada de las principales rutas turísticas y un poco escondida entre callejuelas, esta iglesia se convierte en uno de esos rincones que uno guarda para sí como un lugar donde huir del mundanal ruido y transportarse a otros tiempos. Es, simplemente, uno de esos rincones que uno no espera encontrarse en la gran ciudad.
Si quieres visitarlo puedes consultar en su página web los horarios de apertura del claustro.
¿Conoces algún rincón parecido en tu ciudad?
Luis M. García
15 marzo, 2013 |
Recomiendo esta visita a todos los que vayan a Barcelona con algo de tiempo. Está muy cerca del metro y es algo diferente a lo que se suele ver en la ciudad, cuando entras te alejas de las prisas y de la velocidad frenética.
Antes de ir a Barcelona no la conocía pero ví que estaba señalado en el mapa y me picó la curiosidad. No me arrepentí de la visita.
José Enrique García Pascua
15 marzo, 2013 |
Otra vez tengo que agradecer la labor de difusión que CROMA está llevando a cabo por medio de estos reportajes que nos descubren los rincones poco conocidos del patrimonio de nuestro país. Realmente, en Segovia todo el mundo visita el Alcázar, pero poca gente conoce las pinturas románicas de la iglesia de San Justo, así que, en efecto, hay otras opciones cuando quieres hacer un turismo cultural diferente.