Europa, Asia, África, América y Oceanía. Incluso los Polos. Cuando finalmente cartografiamos el mundo por completo, al grito de júbilo resultante debió seguirle una profunda sensación de desencanto, y más de un suspiro. No obstante fue entonces cuando volvimos la mirada hacia las cumbres, las grutas y el mundo submarino. Hacia otras civilizaciones o hacia el pasado. Hacia las estrellas y a cuanto duerme más allá.

De alguna manera, explorar implica admitir que la vida -la auténtica, la de verdad- no transcurre en nuestro aquí y ahora particular, sino que está en otra parte. Que nos la estamos perdiendo. Y que nos está esperando.

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Las distancias se reducen, las diferencias se disipan. Y junto a la celebración de un mundo más y más cercano, a veces pesa sobre nosotros la sensación de un mundo también más uniforme, más simple y de algún modo más pobre. Tradiciones convertidas en anacronismos o en turistadas, maravillas reducidas a souvenir.

Y algo de verdad hay esto, pero solo a medias. Explorar es una vivencia íntima e intransferible, por lo que nunca nos conformaremos con las imágenes y anécdotas de otros, y si podemos, acudiremos nosotros mismos. Está en nosotros. Si la ejercemos, la curiosidad puede doblegar a la simplificación, al cinismo y a la pereza intelectuales. Inmersos en nuestra rutina nos convencemos de lo sólido y compacto de nuestro entorno, en particular de aquellos lugares que transitamos a diario. Y sin embargo, si los miramos de cerca, apreciaremos sus fisuras.

No siempre es necesario atravesar continentes para descubrir universos paralelos entreverados con el nuestro. La Exploración Urbana -habitualmente abreviada como UrbEx– así nos lo muestra. Las revoluciones técnicas y demográficas de los siglos XIX y XX han dejado tras de sí sus particulares vestigios y cicatrices en la arquitectura y paisaje cotidianos: tramos de metro o alcantarillado abandonados, minas clausuradas, pueblos deshabitados, fábricas obsoletas, obras interrumpidas o aún en proceso, etc.

Sea por un interés en la historia local, la ficción o la adrenalina, hoy más que nunca, la ruina, lo marginado o lo inaccesible son nuestras particulares terra incognita. Los aficionados a la UrbEx, quienes a menudo se juegan el tipo o se exponen a represalias legales, desafían cuanto queda fuera de los mapas o no está al acceso del público. Por ello, y recuperando la olvidada verticalidad de la ciudad -desde el subsuelo a las grúas- nos muestran una nueva perspectiva sobre esos espacios que habitualmente creemos conocer tan bien.

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Solos o en grupo, saltándose una valla o fingiendo ser personal de mantenimiento. En su reto -también dirigido hacia nosotros-, descubrimos nuestro error: no todo está definido, no siempre ha sido de cierta manera. A su modo, y a falta de Marco Polos, Magallanes, o Cooks, estos exploradores urbanos nos enseñan que existen otros mundos, silenciosos, pero que permean éste. Y que nos están esperando.

(*) Imágenes: placehacking.co.uk y eyesofodysseus.com. Imágenes no alojadas en servidor propio y reproducidas exclusivamente con fines divulgativos. Fair Use License.