Existen en Cataluña tres conjuntos monásticos que destacan por su belleza, grandiosidad y buen estado de conservación. Nos referimos a Poblet, Santes Creus y Vallbona, tres monasterios cistercienses que además se encuentran muy próximos entre sí, lo que permite visitarlos todos en un mismo día. Pero ¿qué tienen en común esos monasterios?, ¿cómo era la vida en ellos?, ¿en qué se caracteriza su arte y su arquitectura? Todos estos rasgos y muchos más venían determinados por la pertenencia a una orden común: el Císter.

El Císter

Los orígenes de la orden

Francisco Ribalta, Cristo abrazando a San Bernardo, 1626, Museo del Prado

Francisco Ribalta, Cristo abrazando a San Bernardo, 1626, Museo del Prado.

El primer monasterio cisterciense fue fundado el 21 de marzo de 1098 en Cistels, un lugar boscoso y pantanoso al sur de Dijon. Sus fundadores, Roberto, Alberico y Esteban junto a 21 monjes más, tenían el objetivo de regresar a la observancia de la regla de san Benito y huir de los excesos que se estaban produciendo en algunos monasterios de la época.

Tras unos inicios difíciles en los que la comunidad vive en unas condiciones muy duras dada su extrema pobreza, llega en 1109 el abad Esteban Harding. Con él comienza la prosperidad de la orden: no solo consigue donaciones, sino que también llegan nuevos miembros atraídos por la fama de santidad de sus monjes. Entre ellos está Bernardo, hijo del señor de Fontaine y quien como abad de Claraval (1115-1153) tendrá un papel muy importante en la difusión del Císter.
Gracias a esta nueva prosperidad comienzan a surgir nuevas fundaciones por filiación (este será el sistema de organización, y no el territorial, es decir, que la casa madre ha de cuidar de sus hijos). Los hijos directos del primer monasterio, ahora llamado Císter (Cîteaux en francés), son La Ferté (1113), Pontigny (1114), Claraval (1115), Morimond (1115), Preully (1118), La Cour-Dieu (1119), Bonnevaux (1119), L’Aumône (1121), Loroux (1121), La Bussière (1131), Le Miroir (1131) y, en Italia, San Andrea di Sestri (1131). Císter ya no fundará más monasterios directamente, sino que serán sus filiales las que se encargarán de llevar a cabo la expansión de la orden, especialmente La Ferté, Pontigny, Claraval y Morimond.

Abadia de Buildwas, Inglaterra

Abadía de Buildwas, Inglaterra.

A partir de este momento, la orden no hará más que crecer y ganar en importancia y prestigio (muchos de sus miembros ocuparon importantes cargos eclesiásticos, incluido el de papa), viviendo su momento de máximo esplendor entre mediados del siglo XII y mediados del siglo XIII.

La vida en los monasterios cistercienses

El objetivo de la vida monacal cisterciense era el retiro y la pobreza para, a través de la oración, llegar a Dios. Por eso, todas sus abadías se construían en lugares apartados y se convertían en comunidades autosuficientes que trabajaban su propia tierra.

En la comunidad existían dos tipos de miembros claramente diferenciados: los monjes profesos y los hermanos conversos. Los monjes profesos vestían hábito blanco y, después de ser novicios, hacían voto de estabilidad, obediencia y conversión de costumbres. La cotidianeidad del monje estaba articulada por la Liturgia de las Horas, que incluía ocho rezos a lo largo del día. El resto del tiempo lo repartían entre la lectura de los textos sagrados y el trabajo manual. De gran importancia era la reunión diaria en la sala capitular para la lectura y comentario de un capítulo de la regla, tras lo cual cada monje había de confesar sus faltas y culpas.

Por su parte, los hermanos conversos provenían de aquellos laicos que un día fue necesario reclutar para que ayudaran a los monjes en las tareas cotidianas, pero que con el tiempo acabaron convirtiéndose también en religiosos, aunque de menor rango. Los conversos o legos vestían de marrón y llevaban barba y, tras su periodo de noviciado, renunciaban a sus bienes y se sometían a la autoridad del abad. Desarrollaban su vida apartados del resto de la comunidad (dormían en edificios diferentes y contaban con un coro separado en la iglesia) y nunca podían hacerse monjes.

Vaulerent, Francia. Granja.

Granja de la Abadía de Vaulerent, Francia.

Como hemos dicho, los monasterios cistercienses tenían sus propias tierras y, a diferencia de otras órdenes, estas eran trabajadas por la comunidad. Los monasterios se ubicaban en lugares apartados, rodeados de bosques, en zonas llanas o en el fondo de un valle y cerca de algún curso de agua. Aunque en un principio contaban con terrenos modestos, sus posesiones se iban ampliando gracias a las donaciones y en algunos casos llegaban a dominar terrenos realmente extensos (25.000 hectáreas en el caso de Claraval), que incluían campos de cereal, pastos para el ganado, bosques, viñedos… Para poder gestionar estos amplios dominios se levantaban granjas repartidas por el territorio, en las cuales trabajaban los hermanos conversos, siempre bajo las órdenes de los monjes. En algunos casos se recurría a contratar personal extra para ayudar en alguna tarea concreta (cosecha, construcción de algún edificio…).
Sin embargo, la economía de los monasterios no se centraba exclusivamente en la producción agrícola y ganadera, sino que también desarrollaban otras labores. Así, por ejemplo, la abadía de Balerne en el Jura tenía unas salinas, Fontenay contaba con una herrería, Chaalis fabricaba tejas y objetos cerámicos, etc. A partir de mediados del siglo XII todos estos productos comenzaron a ser vendidos en los mercados.

Fontenay, Francia. Herreria

Herrería de la Abadía de Fontenay, Francia.

El arte cisterciense

El arte del Císter no queda al margen de los principios de pobreza que rigen la vida en los monasterios, sino que está profundamente marcado por ellos. En un intento de eliminación de lo superfluo, del lujo y de todo aquello que, en definitiva, no es estrictamente necesario para la vida en el monasterio, se crea un arte simple, desprovisto de ornamentación y de líneas puras. Elementos de ostentación, como son el oro y las piedras preciosas o los altos campanarios, no tienen cabida dentro de un monasterio cisterciense.

La búsqueda de la sencillez afecta también a la arquitectura. Por eso, sus iglesias serán de proporciones modestas, contarán con cabeceras planas, se cerrarán con bóvedas de cañón (por lo general ligeramente apuntadas y apoyadas en columnas sobre ménsulas para dejar más espacio a los monjes) y carecerán de segundos pisos o tribunas. Si bien es cierto que, a partir de mediados del siglo XII y a raíz del gran desarrollo de la orden y del crecimiento de sus comunidades, las iglesias se hicieron más grandes, pasaron a contar con cabeceras con deambulatorios y ábsides radiales y las naves se elevaron gracias a las bóvedas de crucería.

Se trata, además, de una arquitectura desnuda, que no cuenta con la ornamentación de elementos pictóricos o escultóricos. Las representaciones figurativas son rechazas de lleno, ya que pueden distraer al monje de su meditación. Así, los capiteles historiados, tan propios del arte románico, son despojados de toda decoración, a excepción tal vez de algún elemento vegetal. Las vidrieras de vivos colores, que impregnarán de luz multicolor las iglesias góticas, no tienen cabida en las iglesias del Císter, donde unos vitrales blancos dejan pasar la luz natural del sol.
Esta sobriedad llegó incluso a los scriptoria. Las iniciales ricamente decoradas propias de los manuscritos medievales son rechazadas por la orden, que impone el uso de iniciales de un solo color y sin decorar.

La distribución de las abadías

Iglesia de la Abadía de Fontenay, Francia

Iglesia de la Abadía de Fontenay, Francia.

Todas las abadías cistercienses de nueva planta siguen un mismo esquema a la hora de organizar sus espacios. El área principal es el claustro, en torno al cual se distribuyen todas las demás dependencias. El claustro es concebido como un lugar de meditación y recogimiento, de ahí que en él estuviera prohibido hablar. En el uno de los lados de este (generalmente el norte) se sitúa la iglesia, cuyo interior queda dividido entre el coro para los monjes profesos, el trascoro para los enfermos y, al fondo de la iglesia y tras un tabique, los asientos para los hermanos conversos, que accedían al templo por una puerta diferente.

En el ala este, a continuación del crucero, se encuentra el armarium o biblioteca donde se guardaban los libros. Le sigue la sala capitular, que generalmente se abre al claustro a través de una puerta flanqueada por ventanas, las cuales permitían seguir la lectura del capítulo a los hermanos conversos y los novicios, que no participaban en la reunión. A continuación se encuentra el locutorio o auditorium, un espacio reservado para las comunicaciones verbales de lo monjes. Tras unas escaleras que dan acceso al piso superior, se encuentra el scriptorium o una sala de trabajo y una sala para los novicios. En el piso superior de esta ala se encuentran los dormitorios de los monjes: una gran sala que servía de dormitorio común y que comunica con la iglesia a través de una escalera para permitir a los monjes llegar a tiempo al oficio nocturno. En el otro extremo del dormitorio están las letrinas.

Refectorio del Monasterio de Santa María de Huerta, Soria

Refectorio del Monasterio de Santa María de Huerta, Soria.

En el ala sur del claustro se encuentra el calefactorio, la única estancia caliente de todo el monasterio. Le sigue el refectorio, una gran sala donde las mesas se colocaban en forma de U. Los monjes se sentaban según orden de antigüedad y, mientras comían, escuchaban la lectura de algún texto sagrado que uno de ellos realizaba desde el púlpito. En el claustro y justo enfrente del refectorio está el lavatorio, una fuente en la que los monjes se lavan antes de comer. A continuación del refectorio y comunicada con este se encuentra la cocina.

 

Planta de monasterio cisterciense. 1.-Iglesia, 2.-Altar principal, 3.-Altares secundarios, 4.-Sacristía, 5.- Lavatorio, 6.-Escalera de maitines, 7.-Clausura alta, 8.-Coro de monjes, 9.-Banco de enfermos, 10.-Entrada del claustro, 11.-Coro de conversos, 12.- Callejón de conversos, 13.-Patio, 14.-Armarium para los libros, 15.-Claustro, 16.-Sala capitular,17.-Escalera dormitorio, 18.-Dormitorio monjes, 19.-Letrinas, 20.-Locutorio, 21.-Paso, 22.-Scritorium, 23.-Sala de novicios, 24.-Calefactorio, 25.-Refectorio de monjes, 26.-Púlpito de lectura, 27.-Cocina, 28.-Despensa, 29.-Locutorio de conversos, 30.-Refectorio de conversos, 31.-Paso, 32.-Almacén, 33.-Escalera, 34.-Dormitorio conversos, 35.-Letrinas

Planta de monasterio cisterciense. 1.-Iglesia, 2.-Altar principal, 3.-Altares secundarios,
4.-Sacristía, 5.- Lavatorio, 6.-Escalera de maitines, 7.-Clausura alta, 8.-Coro de
monjes, 9.-Banco de enfermos, 10.-Entrada del claustro, 11.-Coro de conversos, 12.-
Callejón de conversos, 13.-Patio, 14.-Armarium para los libros, 15.-Claustro, 16.-Sala
capitular,17.-Escalera dormitorio, 18.-Dormitorio monjes, 19.-Letrinas, 20.-Locutorio,
21.-Paso, 22.-Scritorium, 23.-Sala de novicios, 24.-Calefactorio, 25.-Refectorio de
monjes, 26.-Púlpito de lectura, 27.-Cocina, 28.-Despensa, 29.-Locutorio de conversos,
30.-Refectorio de conversos, 31.-Paso, 32.-Almacén, 33.-Escalera, 34.-Dormitorio
conversos, 35.-Letrinas.

El ala oeste, separada del resto por un muro, quedaba reservada a los hermanos conversos. Ahí están su bodega, refectorio, auditorium –en la planta baja–, dormitorio y letrinas –en la planta alta–. También contaban con un pasillo que les conducía a su puerta de acceso a la iglesia.

El Císter en la península ibérica

Santa María Moreruela, Zamora.

Santa María Moreruela, Zamora.

La entrada de la orden en la península ibérica fue bastante tardía, ya que la primera fundación cisterciense no tuvo lugar hasta el año 1142 en Sobrado, Galicia. Esta demora en crear filiales al otro lado de los Pirineos se debió, seguramente, al proceso de reconquista en que se hallaba inmerso gran parte del territorio. Entre 1153 y 1250 la entrada del Císter en la península sufre un impulso y el número de monasterios llega a los 90, la mayoría de los cuales son filiales de Claraval o de Morimond.

Cristo de Carrizo

Cristo de Carrizo, Alcobaça, Portugal.

El Císter cuenta en la península con el favor de los reyes, que promueven las nuevas fundaciones cediendo terrenos, concediendo privilegios y otorgando exenciones. Además, muchos monarcas construyen sus panteones dentro de los monasterios cistercienses, como Alfonso el Casto en Poblet (Tarragona), Alfonso VIII de Castilla las Huelgas Reales (Burgos) o Alfonso II de Portugal en Alcobaça. Todo esto, unido al poder con el que ya cuenta la orden en toda Europa, hace que las abadías ibéricas se conviertan en terratenientes poseedores de grandes señoríos.

Pero no solo cuentan con el favor de los monarcas, sino que también tendrán poderosos benefactores que los agasajarán con objetos suntuosos, como la cruz relicario de Carrizo o los tres cálices de plata que la viuda de Sancho I dio a Alcobaça. Toda esta riqueza y poder quedan reflejados en sus grandes abadías de piedra y en sus ricas bibliotecas y, al mismo tiempo, hacen que la disciplina se relaje.

(*) Imágenes: Creative Commons License.