Corrían los primeros años de la década de los ochenta cuando Madrid se empezó a convertir en el nuevo referente de la modernidad a nivel nacional. Atrás parecía quedar una larga dictadura que se había llevado por delante sueños y anhelos de generaciones enteras, lastradas por un militar que había gobernado el país con mano de hierro durante cuarenta años.

Pero eso ya era historia; nuevos aires de libertad empezaron a soplar en la capital y por extensión en el resto de la geografía española. Los recientes ciudadanos democráticos ansiaban parecerse a las viejas democracias europeas y a su avanzado estilo de vida. En este nuevo contexto la cultura jugó un papel trascendental, ya que hizo de “vaso comunicante” entre el caduco estilo de vida de la dictadura y las ilusionantes expectativas de libertad que se generaron en la nueva etapa. En Madrid esta nueva mentalidad se materializó, entre otras expresiones, en lo que se ha denominado en llamar: la movida madrileña que, aunque tuvo sus grandes dosis de panfleto político por parte del PSOE, también es cierto que supuso un gran revulsivo para la época.

Pero tras la resaca de los primeros años de democracia, los ciudadanos empezaron a vislumbrar que, aunque el nuevo sistema de gobierno era infinitamente mejor que el anterior, distaba mucho de ser perfecto, y que en la práctica la única libertad real era la del libre mercado. Muy avanzada la década de los ochenta, todavía eran muchas las ciudades de la periferia de la capital, y de otras ciudades de España, donde había grandes focos de marginalidad. Estas grandes masas de población sólo se habían integrado en parte al nuevo sistema democrático, ya que adolecían de una falta de atención por parte de las instituciones públicas.

En una de estas ciudades de la periferia es donde se crio el grafitero Juan Carlos Argüello (Muelle); personaje que va a ocupar este artículo, y que ha pasado a formar parte de la Historia del Arte por ser el creador del estilo flechero o estilo autóctono madrileño.

La primera firma documentada de Muelle data de 1984 y fue realizada en Campamento, ciudad dormitorio que se sitúa al sur de la capital. Su familia cuenta que el nombre de Muelle viene de cuando compro una bicicleta y posteriormente le añadió amortiguadores de moto; sería después de esta curiosa anécdota cuando sus compañeros del barrio le empezaron a llamar con este apodo.

Las características de su firma (o tag) son las siguientes: seis letras que surgen de una misma línea, apoyadas sobre un tirabuzón pictórico que termina en una flecha. Y por último, arriba a la derecha, el símbolo de marca registrada. En un primer momento sus firmas eran muy simples, ya que únicamente se componían de un solo trazo; posteriormente empezó a darle sombras de colores y profundidad, influenciado levemente por el grafiti neoyorquino.

Su soporte favorito siempre eran localizaciones con amplia visibilidad; principalmente tapias de solares y vallas publicitarias, sobre todo este último, ya que él siempre consideró su mensaje artístico como: «Un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade». Eran numerosas las veces que se lamentaba de que una gran parte de la ciudadanía relacionara el graffiti con el vandalismo, pero que a su vez se mostraran impasibles ante el bombardeo publicitario que sufrían de forma sistemática.

Como ya hemos dicho con anterioridad, la fase inicial como grafitero se desarrolló en su barrio de Campamento. Sería años después cuando empezó a lanzar su mensaje fuera de su ciudad, principalmente en el distrito centro y en otras zonas de la periferia del sur de la capital. Sus familiares recuerdan que se solía desplazar en Vespino por Madrid y alrededores. Otras veces lo hacía en metro, como muy bien nos cuenta su amigo Remebe: «Entrabamos al metro para ir a pintar a las diez de la mañana y no salíamos hasta las ocho de la tarde». La fama de Muelle no tardó en llegar, y pronto empezaron a proliferar otras muchas firmas que ayudaron a crear el imaginario del grafiti autóctono madrileño: Club, Juan Manuel, Rafita Bleck (la rata), Fer, etc.

Mural del artista Muelle para el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Mural del artista Muelle para el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

A principios de los años noventa Muelle ya era un artista de renombre. En 1992 le cobró 100.000 pesetas al Círculo de Bellas Artes por decorar un escenario de 12×4 para su famosa fiesta de carnaval. Quiero recordar que, este mural se ha revalorizado con los años, ya que, lamentablemente, es una de las pocas piezas que se ha conservado del artista (junto con la famosa firma de la calle Montera). Un año después, en 1993, se retira como grafitero, según él porque: «Su discurso estaba agotado». Por aquellos años el grafiti neoyorquino ya había penetrado en la capital, siendo asimilado por una nueva generación de artistas urbanos. El 1 de junio de 1995, Juan Carlos Argüello (Muelle), muere víctima de un cáncer que acaba con su vida en pocos años. En la actualidad apenas quedan unas cuantas obras de él, alrededor de cinco, entre ellas la que existe en la céntrica calle de Montera.

Mural del artista Muelle en la calle Montera de Madrid

Mural del artista Muelle en la calle Montera de Madrid.

Bastantes años después, en 2010, un doctor de Historia del Arte y una restauradora (Fernando Figueroa y Elena Gayo), creen que es necesaria una acción urgente para conservar y proteger el escaso legado del artista. Por ello solicitan al Ministerio de Cultura la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC), al grafiti situado en el número 30 de la calle Montera, con la lamentable negativa por parte de los organismos competentes.

Javier Abarca, que imparte una asignatura anual sobre arte urbano en la Universidad Complutense de Madrid, va mucho más allá a la hora de revalorizar la figura de Muelle: «Fue la primera persona en España en practicar grafiti, el único escritor de grafiti durante muchos años y por tanto un fenómeno social. Detrás de él vino una generación que siguió su estela. Posee un valor cultural enorme, y merece poder ser estudiado».

Si nos atenemos a la teoría, la definición de Patrimonio Cultural es la siguiente:

El Patrimonio Cultural es la herencia cultural propia del pasado de una comunidad, con la que ésta vive en la actualidad y que transmite a las generaciones futuras.

Pero en la práctica: ¿es esto verdad? ¿Quién decide realmente qué es Patrimonio y qué no? ¿Influye algún tipo de condicionamiento ideológico, o de otro tipo, para tomar este tipo de decisiones? ¿El Patrimonio se construye de arriba abajo o de abajo a arriba?

Tampoco es mi intención con este artículo sacar conclusiones simplistas, ya que entiendo que la realidad es mucho más compleja de lo que a simple vista pudiera parecer. Pero, desde mi punto de vista, nuestra sociedad en general, y nuestros políticos en particular, todavía siguen relacionando el Patrimonio Cultural con lo monumental, quizá por la herencia decimonónica del siglo XIX. El caso es que, cualquier tipo de expresión artística que se salga de los patrones preestablecidos es marginada y abocada al olvido. El hecho de que el legado artístico de Muelle haya sido eliminado de forma reiterada es un ejemplo de ello. Cada vez que desaparece una pintada de este artista no solamente se borra una firma, sino que se llevan por delante la propia identidad de una generación entera, y una herramienta para entender el contexto social y cultural de la década de los ochenta en Madrid.