Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1610, Castillo de Weissenstein, Alemania.

Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1610, Castillo de Weissenstein, Alemania.

La aparición de los primeros estudios feministas en la década de los 70 del siglo XX inició un proceso de revisión de la historia del arte y sus paradigmas. Sin embargo, aunque se han producido algunos cambios, todavía predominan los viejos discursos y una historia del arte dominada por los hombres.

Hacia un cambio de paradigma

Hay que reconocer que la investigación sobre historia del arte de las mujeres se encuentra con unas problemáticas que dificultan su tarea. Por un lado, existen problemas de carácter documental, como las erróneas atribuciones o las escasas obras conservadas, ya que muchas se han perdido por deficiencias técnicas. Por otro lado, también existen problemas de carácter metodológico, ya que muchos de los nuevos enfoques acaban mostrando a las artistas como esas heroínas -esas raras excepciones- que lograron superar todas las barreras para desarrollar su arte.

Para que las mujeres tengan su lugar las bases mismas de la disciplina han de cambiar.

Problemas documentales y metodológicos aparte, la construcción de una nueva historia del arte en la que tenga cabida la mujer va más allá de la mera inclusión de sus nombres en los manuales de arte. Una nueva historia del arte ha de pasar, necesariamente, por una revisión de los paradigmas y de los principios que han regido hasta ahora una historia del arte exclusivamente masculina. Para que las mujeres tengan su lugar las bases mismas de la disciplina han de cambiar, pues esas bases son las que han establecido la creación masculina como la norma y la femenina como la excepción. Una nueva historia del arte no puede basarse, por tanto, en equiparar la creación feminina a la masculina, pues eso supondría la confirmación de que, en efecto, el arte de los hombres es el ARTE con mayúsculas.

Los mitos, leyendas y la teoría del genio

Quizás el elemento fundamental que habría que cuestionar y sobre el que se construye gran parte del discurso histórico-artístico es el de genio. La figura del genio tiene dos problemas fundamentales que desvirtúan la realidad que subyace a la creación artística. Por un lado, la mitificación del artista. Son innumerables las leyendas que giran en torno a los grandes artistas y que nos los muestran como ese ser superior dotado de unas habilidades innatas para el dibujo, unas dotes casi divinas. Como ejemplo está la famosa historia que sobre Giotto recoge Vasari en sus Vidas: ese joven pastorcillo que se dedica a dibujar las ovejas de su rebaño y que un día es descubierto por el gran maestro Cimabue.

Por otro lado, está el problema de la descontextualización. Siempre se trata al gran artista como un elemento aislado, sin tener en cuenta su entorno social, familiar, político, económico, etc.; parece que, simplemente, nacieron destinados al arte, por encima de todo lo demás. Sin embargo, esto no es así, pues no es casualidad que muchos grandes artistas proviniesen de familias que ya se dedicaban al arte, o que hayan nacido en familias más o menos adineradas (con lo que pudieron pagarse sus estudios), o que prácticamente nunca sean aristócratas (para quienes este tipo de actividades no era adecuada). Muchos factores externos influyeron en sus destinos, ayudándolos a progresar o, por el contrario, imponiéndoles barreras infranqueables, pero rara vez se tienen en cuenta.

Se ha construido una historia del arte con un discurso evolucionista basado en la sucesión de grandes nombres y los conceptos de innovación y progreso.

A causa de esta idea del genio, siempre presente en nuestro subconsciente, se ha construido una historia del arte con un discurso evolucionista basado en la sucesión de grandes nombres y los conceptos de innovación y progreso. Se ha creado, asimismo, una historia del arte jerarquizada, en la que los grandes maestros siempre están por encima de los «segundones», y se ha determinado una literatura científica constituida básicamente por los catálogos razonados y las monografías de artistas. Todo eso sin contar con la repercusión que ha tenido en el valor monetario de las obras.

Si la historia se basa en las grandes gestas y en los personajes heroicos, la historia del arte lo hace en los grandes genios. Solo con una revisión profunda de estas disciplinas se conseguirá abarcar al conjunto de la sociedad y se descubrirá que si otros no fueron grandes héroes, quizás fue porque su situación personal (tal vez condicionada por su sexo, por su raza o por su religión) se lo impidió.

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(*) Imágenes: Wikimedia Commons. Public Domain.